La plaza y el escaño
A un año de su fallecimiento, Pedro Zerolo continúa convocándonos a una tarea crucial
Le echamos de menos. Y no es solo fruto de nuestro afecto, es una consecuencia de una necesidad política y social. Es difícil no sentir en cada ocasión su pérdida. Podemos ampararnos en que pervive en nuestra memoria, en la de la concepción de una determinada sociedad y en la de un proyecto de transformación que no deje a nadie al margen. Pero eso no evita que esté abierta la llaga de su ausencia. Y mantenemos el significado de la rosa que depositamos sobre su escaño en la Asamblea de Madrid, constituida unas horas después de su fallecimiento. No pudo tomar posesión tras el acta recibida. Y así, ese escaño es todavía más, con él, un símbolo para todos nosotros. También elegido y preferido en las urnas para representarnos, solo esa muerte nos hurta su presencia. No del todo. Ahora que Pedro Zerolo es, a su vez, un espacio público en la ciudad de Madrid, de la que fue concejal, un lugar, una plaza donde el recuerdo no es simple añoranza de su nombre, el escaño es, asimismo, como corresponde, y más aún, si cabe, palabra social.
Era y es 9 de junio. Pedro nos convocó y nos convoca a una tarea. Y nos sentimos alentados y comprometidos por su forma de vivir y de entender la vida, impulsados a no cejar en su empeño que hacemos nuestro. Y la tarea es tan seria, tan necesaria, que únicamente nos tranquiliza saber que él pertenece hasta tal punto a todo Madrid —aunque no solo— que ya la labor es prácticamente un programa de acción colectivo: para una sociedad más plural y abierta, más justa y más libre.
Otros artículos del autor
En su inolvidable intervención del 13 de abril de 2014, en el Círculo de Bellas Artes, cuando su salud se despedía de él, nos recordó que “el socialismo también es activismo”, “activismo desde las organizaciones sociales”. Y sentimos hasta dónde, compungidos por una voz que tanto parecía llegarnos como despedirse, sus palabras resonaron con esa fuerza que no pocas veces contrasta con nuestras tibiezas.
Escuchamos esas palabras plaza, esas palabras escaño. Entrelazadas por su compromiso, nos propuso un modo de hacer que es “reivindicación que surge en la calle, en nuestras calles, en nuestras plazas, para recogerlas como partidos en nuestros programas electorales, para llevarla al Gobierno como programas de gobierno y devolverlas convertidas en leyes a la ciudadanía”.
Desde la convicción de que la mejor manera de luchar contra la violencia, contra la discriminación, es la igualdad, nos muestra cómo la libertad de conciencia es fundamental en una sociedad plural. En Zerolo cabe la fragilidad, pero sin atisbo de ninguna dócil debilidad, la fragilidad que procura una belleza nunca perdida. Zerolo nos hace ver cómo estar implicado sin ser partidista, cómo ser luchador sin perder la máxima afabilidad. Firme y enérgico con una dulzura insular. Y es difícil no sentir una amistad, un quehacer común, un desafío compartido. Aprendemos con él la importancia de las buenas razones y lo decisivo de la posición política, de hacer de ella un ámbito de interrelación para perseguir juntos no solo sueños sino exigentes objetivos.
Zerolo no es solo una proclamación, es una prosecución insistente y entusiasta, de lo más contagiosa. Y nos sigue ofreciendo fuerzas y motivos para nuestra tarea. Y nos dice que es preciso no aislar los escaños de las plazas, ni reducirlos a ellas, y que hemos de ser capaces, desde nuestra labor parlamentaria, de responder a la vida y a la urgencia de una sociedad en la que queda tanto por hacer en la dirección de los derechos, de las oportunidades, de las posibilidades, sin desigualdad. Diversos, pero con los mismos derechos.
Los inmigrantes, la dignidad de las mujeres y de los homosexuales, transexuales y bisexuales, la ley del matrimonio igualitario y la ley de igualdad de género, la aprobación de una agenda LGTBI son algunos de los aspectos decisivos de quien nos recuerda qué significa la innovación social en la defensa de los derechos y en la creación de nuevas formas de vida. Hoy alzaría aún más su voz por la injusta situación de los refugiados.
Por eso también su escaño, que es de toda la sociedad, lleva y guarda su nombre. Para que nunca se distancie abismalmente de esa plaza de plazas en la que somos requeridos por las necesidades sociales que no siempre encuentran cauce o respuesta. Para que, sin apropiación, la plaza y el escaño sean una misma memoria.
Ángel Gabilondo es portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Opinión
- Pedro Zerolo
- Congreso Diputados
- Resultados electorales
- Activismo Lgtbiq
- PSOE
- Comunidad Lgtbiq
- Derechos civiles
- Activismo
- Derechos humanos
- Partidos políticos
- Grupos sociales
- Parlamento
- Gobierno
- Cultura
- Administración Estado
- Administración pública
- Sociedad
- Elecciones Generales 2016
- Elecciones Generales
- Elecciones
- Política
- España