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Mary Beard: “Los romanos crearon el mundo globalizado”

Guillermo Altares

NO ES HABITUAL que una latinista, autora de innovadores estudios sobre el triunfo romano o las religiones antiguas, se convierta en una celebridad global. En esto, y en muchas otras cosas, Mary Beard es una excepción. A sus 61 años, esta profesora de Clásicas de la Universidad de Cambridge es una de las intelectuales más respetadas, pero también más famosas, de Europa, a la que The New Yorker dedicó uno de sus interminables perfiles titulado La liquidadora de trolls. Por un lado, sus libros ofrecen una lectura novedosa y cercana del mundo romano, incluso de temas que pueden parecer manidos, como Pompeya, o áridos, como el estudio de las creencias. Su último ensayo, SPQR (Crítica), que acaba de publicarse en España, es un recorrido por la historia de Roma, pero su punto de vista y su capacidad para manejar los detalles y sacar petróleo de cualquier fuente directa, no importa que sea una inscripción funeraria o un discurso de Cicerón, lo convierten en un libro tan original como entretenido. Además de autora de numerosos ensayos, es editora de lenguas clásicas en Times Literary Suplement y mantiene un blog llamado Don’s life.

Su popularidad comenzó con una serie de documentales para la BBC y diferentes apariciones en debates televisivos. Primero la prensa sensacionalista criticó de manera feroz (y en términos muy desagradables) su aspecto desa­liñado y luego fue pasto de los abusadores (los famosos trolls) en las redes sociales. Pero Beard no se dejó intimidar ni guardó silencio, y sus contundentes respuestas (llenas de humor e ironía) la transformaron en un símbolo no solo feminista, sino del derecho de las mujeres a liberarse de estándares estéticos impuestos e irreales. El encuentro tiene lugar en el hotel Grosvenor House de Londres, días antes de ser galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Había viajado hasta aquí desde Cambridge para una velada literaria. Es tan amena y divertida como aparece en sus documentales, con una enorme capacidad para acercarnos acontecimientos no tan lejanos, pero que ocurrieron hace 2.000 años.

Por un lado, asegura en SPQR (siglas de Senado y pueblo de Roma que se inscribían en monedas y blasones) que no podemos extraer lecciones de los romanos desde nuestra época. Pero, por otro, asegura que es posible aprender mucho de ellos sobre nuestro presente. ¿No es una contradicción? Las dos cosas son verdad, se trata de lecciones muy diferentes. Muchas veces nos confundimos cuando miramos el mundo clásico, decimos que los romanos tuvieron problemas cuando trataron de invadir Irak y que por eso nosotros vamos a tenerlos también. Las comparaciones directas con Roma no tienen sentido, es un mundo muy diferente en demasiados aspectos. Pero, por otro lado, si uno piensa, por ejemplo, en la forma en que Roma debatió problemas como las libertades civiles, el concepto de ciudadanía, el terrorismo o los derechos del individuo, eso enriquece la forma en que miramos el presente. Si uno piensa en cómo Roma definió la idea de ciudadanía, no es algo que se pueda hacer en la UE actualmente, pero invita a reflexionar sobre otras formas de enfrentarse a los problemas, aprender de los argumentos que se usaron entonces sobre lo que significa ser un ciudadano o la vigencia de eslóganes como civis romanus sum, “soy un ciudadano romano”, que siguen resonando…

Kennedy, cuando dijo ante el muro de Berlín recién construido: “Ich bin ein Berliner” [yo soy berlinés]… Sin duda. Ninguna de las personas que dicen “soy ciudadano romano” parece recordar que el primer uso célebre de la expresión fue por un tipo que acabó crucificado por Catilina y que la esgrimía para tratar de evitar ese castigo. Es un ejemplo claro de cómo las lecciones directas pierden sentido. El pobre tipo no disfrutó de ninguno de los derechos que tenían los ciudadanos romanos, pero nos sitúa ante problemas que nos proporcionan un contexto muy importante para nuestro presente. Solo el hecho de saber de dónde viene la expresión que Kennedy utiliza representa una lección.

Su teoría es que las claves del poder de Roma fueron su capacidad para asimilar a los extranjeros y su enorme poder monetario, la plata de España. Aunque no debamos tomar lecciones al pie de la letra, resulta chocante si contemplamos nuestro presente en Europa. Lo que pienso sobre el Imperio Romano y la crisis actual de los refugiados es que es muy importante que la gente recuerde que hubo enormes y poderosos imperios, sociedades militares, que se definían por la aceptación de los refugiados. Roma representa un relato muy importante porque su leyenda fundacional es que fue creada por refugiados, como EE UU. En un mundo en el que tratamos de levantar muros con otros países es muy interesante ver cómo Roma se enfrentaba a este asunto de forma muy diferente. Eso no quiere decir que debamos copiar a Roma, porque estamos en otra época y además los romanos también levantaron barreras cuando lo consideraron necesario. Pero nos ofrece una versión diferente de Europa sobre la que merece la pena pensar. En Roma nunca hubiesen entendido el concepto de inmigrante ilegal, era algo que no podía existir.

En su libro afirma que los legados más perdurables de Roma son la red de carreteras y la ingeniería civil. ¿Ninguna civilización lo había hecho antes? Incluso yo me quedé impresionada con el acueducto de Segovia y le aseguro que he visto muchos. Los romanos fueron los primeros que crearon un mundo globalizado, lo que nos lleva a una pregunta clave: ¿qué significa tener comunicaciones? La idea de que hace 2.000 años se podía salir de Roma, seguir una carretera y acabar en España es totalmente revolucionaria. Nos hace reflexionar sobre cómo Roma establecía conexiones entre la gente, mucho más que impedirlas.

La pregunta clave a la que vuelve una y otra vez en SPQR es cómo una pequeña ciudad que creció en un cenagal lleno de malaria pudo convertirse en un imperio en pocas décadas. ¿Existe una única respuesta? A todo el mundo le ha preocupado mucho explicar por qué se derrumbó el Imperio, pero es más importante explicar por qué surgió. Desarrollaron un concepto de lo que significa ser romano totalmente revolucionario en el mundo antiguo. Cada verano, te lanzabas con tus colegas contra la ciudad de al lado, a 30 kilómetros, y si ganabas te llevabas dinero, esclavos, mujeres y volvías a casa hasta el año siguiente. Lo que hace Roma es revolucionario: establece una especie de relación permanente con las ciudades vecinas y muchas veces ofrece, incluso impone, la ciudadanía o forma una alianza. La conquista significa establecer una relación que va más allá de “muchas gracias, volvemos el año que viene por más esclavos”. Y esta estrategia le da una ventaja gigantesca porque acaba por tener más soldados que nadie, ya que los nuevos ciudadanos se convierten en militares. Lo que te hace ganar batallas en el mundo antiguo es tener más soldados, no tanto nuevas tácticas o nuevas armas. Roma pierde muchas batallas, pero gana guerras porque siempre tiene más tropas, dispone de recursos casi infinitos.

En su obra muchas veces reconoce que no sabe algo o que puede estar equivocada o que tal vez la versión más famosa de un episodio no sea la verdadera porque las fuentes son engañosas… Claro. En cierta medida sabemos más de los romanos de lo que podamos imaginar. Por ejemplo, la idea de que las cartas privadas de Cicerón sobrevivan más de 2.000 años es increíble. Pero eso no quiere decir que lo sepamos todo o que podamos contar la historia sin transmitir nuestras dudas. Sobre la conspiración de Catilina tenemos toneladas de información, pero solo desde el punto de vista de Cicerón. Nos falta el otro. Lo que siempre digo a los estudiantes: ¿cuál es la otra versión? Sería como tener la historia de Reino Unido durante los años de Margaret Thatcher escrita solo por ella. No quiere decir que esté mal, solo que si no te preguntas por el otro lado tendrás una versión muy unilateral.

Es la misma idea de cuando dice que nunca sabremos si Calígula era malo y por eso fue depuesto, o convertido en malo tras ser depuesto… Muchas veces no nos atrevemos a ser escépticos con el pasado. Tenemos mucha suerte de que haya llegado hasta nosotros la historia de Suetonio y lo aceptamos como tal. Pero hay que preguntarse sobre cómo se forman las reputaciones en la Antigüedad. Los emperadores romanos son un caso de manual. Los que mueren en la cama, y sus hijos se convierten en sus herederos, tienen buena prensa. Los que son asesinados puede ser porque eran villanos, pero, como vemos en la transición entre Calígula y Claudio, una de las cosas que el nuevo régimen tenía que hacer era cubrir de porquería al anterior emperador para legitimarse.

Usted mantiene que el paisaje del sur de España es totalmente romano. ¿Tan poco ha cambiado desde entonces? Es sin duda un paisaje romano. El monocultivo de olivos empezó entonces. Para Roma, España eran olivares y minas. También moldearon el paisaje de Gran Bretaña, las carreteras, el emplazamiento de las ciudades. Siempre nos quejamos de que Londres está en el lugar equivocado: es por los romanos. Es útil para las comunicaciones desde un punto de vista romano, no si eres británico.

¿Qué perdemos cuando arrinconamos el latín en los planes de estudio? Una parte de la cultura occidental. ¿Merece la pena leer a Virgilio en latín si ha sido traducido al inglés, al español, al francés? No quiero decir que me parezcan mal las traducciones. Pero, al final, no existe ningún sustituto para que cada generación sea capaz de leer a autores latinos en latín. Basta con tratar de leer una traducción del siglo XIX: ya no significa nada para nosotros. No creo que la gente quiera perder el contacto directo con el mundo antiguo.

¿Cuál es el texto latino perdido que más echa de menos? La autobiografía de la madre de Nerón, Agripina. Me encantaría leer la versión de esa historia en palabras de esta mujer.

¿Cómo siente el haberse convertido en una heroína en la lucha contra los abusadores de Internet? Tuve mucha suerte de haber sido atacada cuando ya era bastante vieja y resistente. He pasado muchos años enseñando y debatiendo, y cuando alguien dice algo con lo que no estoy acuerdo, le respondo, le digo lo que pienso. Y traté a los trolls así. Si alguien me insulta de una forma brutal, soy lo bastante mayor como para lidiar con eso, pero también tenía el valor suficiente como para responderle, porque es lo que hago cada día, y pedirle que borre ese tuit. Y, si no lo hace, lo retuiteo, que es una forma de utilizar el poder de la gente contra él porque la mayoría de las personas sensatas no está de acuerdo con que se trate así a los demás.

¿Es cierto que ha acabado escribiendo cartas de recomendación para uno de sus acosadores de Internet? Así es. Era un estudiante que se comportó de forma muy estúpida, estaba bebido, con sus amigos y no pensó que nadie llegase a mirar eso. Ha acabado bien, pero fue bastante duro. Le pedí que lo borrase, no lo hizo, entonces lo retuiteé y resulta que uno de mis seguidores conocía a su madre. Inmediatamente lo quitó. Pero la prensa sensacionalista británica lo buscó y lo encontró y se convirtió en un escándalo. Y, claro, si pones su nombre en Google aparece todo este episodio y tenía problemas para encontrar trabajo. Por eso escribí cartas de recomendaciones en las que decía que se disculpó, lo acepté y para mí es un caso cerrado.

¿Cree que una de las herencias del mundo romano es el papel de las mujeres en la sociedad, el machismo? Si pensamos que la cultura occidental depende de su pasado romano y griego, en algunos casos es para peor. Está muy bien admirar a Virgilio y estudiar sus debates, pero también aprendimos del mundo antiguo cómo oprimir a las mujeres y sobre las jerarquías o el imperialismo. No hay ninguna cultura buena o mala sin matices. Tenemos que ser capaces de mirar a los romanos a los ojos, criticarlos, admirarlos, pero también polemizar con ellos. Nos proporcionan unas lecciones bastante útiles. Hace unos años estaba grabando un programa de radio desde el Coliseo y escuchaba lo que los profesores les explicaban a los alumnos con los que visitaban el monumento. Los profesores de las diferentes nacionalidades tenían más o menos el mismo discurso. En un momento les preguntaban a los niños: “¿Para qué servía el Coliseo?”. Y uno respondía rápidamente: “Para matar a gente”. “¿Lo haríamos ahora?”, replicaba el profesor. El niño respondía que no. El mensaje final es que vivimos en una sociedad que ha mejorado mucho éticamente. Eso es cierto en algunos casos, sin duda, pero tenía ganas de intervenir y preguntar qué les ocurre a los boxeadores. No matamos a gente ante nosotros, pero seguimos yendo a peleas por placer y, aunque no mueran ante nosotros, sabemos cuáles son las consecuencias para ellos. Tenemos que resistirnos a la idea de que la comparación con los romanos nos deje muy satisfechos sobre nuestra excelencia moral. Deberíamos pensarlo dos veces cada vez que creemos que somos mejores que ellos. La esclavitud es otro caso claro. ¿No tenemos esclavos? ¿Estamos tan seguros?

Su nuevo combate es contra un grupo de presión estudiantil que pretende que sea obligatorio advertir en las universidades cuando se vayan a tratar temas políticamente incorrectos, como la violencia o las violaciones. Usted, con Roma, tendrá mucho trabajo. Los estudiantes que están promoviendo esa medida tienen buena voluntad, pero no han pensado en lo que significa. Las consecuencias serían que en la universidad la gente no se enfrentaría a asuntos complejos. ¿Tendría que advertir a mis estudiantes que en la historia romana hay muchas violaciones? Es seguramente estúpido y además centraría la atención en eso más que en otras cosas. Si estás en una cena social, no te pones a hablar de violaciones sin saber si alguien ha sufrido violencia sexual, pero una clase no es lo mismo. Mis estudiantes son jóvenes y claro que me preocupo por ellos, pero cuidarlos no significa alejarlos de lo que ha ocurrido. Ser universitario implica la posibilidad de que te ofenda lo que vas a escuchar, pensar siempre es difícil.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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