Desde dónde
Permaneció en silencio unos segundos y después dijo que tendría que consultarlo con su hermano
Un alumno del taller de escritura, después de que juzgáramos con una severidad extrema su trabajo, confesó que nuestra opinión le traía al fresco porque ese día él no era él, sino su hermano gemelo. Le dije que llevara cuidado, pues los miércoles también yo era mi hermano gemelo. El resto de los alumnos asistía, inquieto, al intercambio verbal. Luego, tras unos instantes de confusión, intervino Rosa, una exmonja que lleva dos años con nosotros. Dijo que en cierto modo cada uno, además de ser cada uno, era a la vez su gemelo. Dado que se trata de una mujer muy seductora, cuyo tono de voz cautiva a quien la escucha, la clase entera cayó en la sugestión de que éramos un duplicado de otro grupo semejante al nuestro que asistía, a esa misma hora y en un aula idéntica, a un taller de escritura creativa.
Entonces se originó una discusión en la que se manifestaron dos bandos: los convencidos de que se escribía desde la mismidad y los que defendían que se hacía desde la alteridad. ¿A cuál de los gemelos que nos constituyen debemos ceder la pluma? Depende del texto al que te enfrentes, apuntó el más joven del aula, añadiendo que un currículum o una instancia se deben escribir desde la mismidad, mientras que a un relato de amor le viene mejor la alteridad. En esto, intervino con vehemencia la exmonja para apuntar que ese era el problema de la clase: que todos escribían desde la mismidad. Me reprochó que no lo hubiera advertido yo antes. Para salir del paso, le pregunté al alumno que aseguraba ser su gemelo si el ejercicio que acabábamos de criticar estaba escrito desde la mismidad o desde la alteridad. Permaneció en silencio unos segundos y después dijo que tendría que consultarlo con su hermano. Y yo con el mío, pensé.
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