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MIRADOR
Columna
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España

Me molestan esas camisetas que los defensores del Toro de la Vega portan en las fotografías con los colores rojo y gualda por todas partes, como si les pertenecieran

Julio Llamazares
Jose Antonio Ovejero, lancero histórico tras veintiocho años participando en el torneo del Toro de la Vega
Jose Antonio Ovejero, lancero histórico tras veintiocho años participando en el torneo del Toro de la Vega Kike Para

“Es el momento de incumplir las leyes. Es el momento de olvidar la paz y prepararse para la guerra. Es el momento de seguir cumpliendo nuestra tradición ancestral como siempre, pese a todo y pese a quien pese…”.

No. Contra lo que pueda parecer, no es un alegato anarquista, ni una proclama patriótica a un pueblo subyugado por un Estado invasor. Es la respuesta en su página web del Patronato del Toro de la Vega de Tordesillas a la aprobación por la Junta de Castilla y León de un decreto ley que prohíbe a partir de ahora dar muerte o herir a animales en los festejos populares dentro del territorio de su competencia. Ni la democracia misma se va a librar de la reacción del pueblo tras la llamada del responsable de Fiestas en el Ayuntamiento de Tordesillas a votar en blanco para que los políticos sepan lo mucho que aman en ese pueblo sus tradiciones.

Como perteneciente a la doctrina flower power de una sociedad infantil y aséptica que abjura de la muerte y reniega de cualquier expresión estética capaz de exponerla o dramatizarla según un compañero de este periódico y como representante, al decir de otro, de esa progresía buenista que ha dado lugar a una cultura inodora, incolora e insípida, heredera de la moral hipócrita de Walt Disney, que recela de cualquier expresión irracional e instintiva y hasta dionisiaca, incapacitado como estoy, por tanto, según los dos y otros más, para comprender la dialéctica de Eros y Tánatos y la creatividad extrema que proviene de la muerte, así como para disfrutar del misterio eucarístico y pagano que José Tomás, por ejemplo, hizo experimentar en Jerez a los aficionados a los toros hace unos días, etcétera, no caeré en el error de juzgar a los vecinos de Tordesillas que defienden sus tradiciones taurinas hasta el extremo de levantarse en armas contra esta democracia débil que pretende impedirles seguir celebrándolas como a ellos les gusta, esto es, matando a los toros con lanza como en la Edad Media, pero, como español, sí me atreveré a decir que me molestan profundamente esas camisetas que sus representantes portan en las fotografías y que llevan los colores rojo y gualda por todas partes, como si les pertenecieran. Cito de una entrevista a Sánchez Ferlosio, ese escritor al que no habrán leído seguro: “La demostración de la ‘españolez’ me produce náuseas”. Aunque la que me gustaría haber dicho es esa otra frase con la que el padre de Alfanhuí concluye su declaración y que sólo a personas de su talla e independencia intelectual se les consienten: “Odio España cuando pienso en los toros y en la Virgen del Rocío”.

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