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Los rostros del enemigo

gianluca battista

Los libros de visitas del Museo de la Policía de La Paz (Bolivia) esconden varias firmas curiosas y nombres difíciles de pronunciar. Entre los que recorrieron sus salas en algún momento hay, por ejemplo, un policía belga apellidado Huybrechts y una maquilladora francesa llamada Veronique. Probablemente ella se sintió atraída por uno de los reclamos más realistas de este lugar que antes albergaba calabozos húmedos de unos pocos metros cuadrados: las máscaras que nos muestran a algunos de los delincuentes bolivianos que dejaron huella.

Dieciséis de estos retratos en tres dimensiones cuelgan como trofeos de caza de una pared de color crema. La mayoría de sus protagonistas tienen el gesto adusto y todos son dueños de alias que no pasan desapercibidos: el King Kong, el Saco al Hombro, el Matamoros. Según el capitán Gustavo Terán, director de estos ambientes sui generis, los moldes con las facciones de los malhechores se preparaban tras cubrirles de la frente a la barbilla con yeso. En ocasiones, después de que el criminal muriera. “Y a menudo, cuando era detenido, para utilizar luego la máscara como identikit, para que las víctimas lo reconocieran”, comenta el oficial con el tono distendido de los relaciones públicas.

Uno de los rostros más antiguos –y el único que descansa en el interior de una vitrina– es el del Zambo Salvito, que aquí está representado como un negro de labios muy gruesos y con hilos de sangre que le recorren el pómulo derecho. Terán cuenta que al principio este asaltante de caminos afanaba cosas muy simples, como aguja e hilo; que después empezó a degollar y a destripar gente con una daga afilada, y que terminó arrancando la oreja de su madre de un mordisco antes de que lo ajusticiaran. Otro de los antisociales que nos observan desde el ecuador del muro es el Panadero, “conocido por robar la recaudación del día” a los que distribuían panecillos. A veces, el capitán comparte con sus interlocutores la historia del Chino, un especialista en casas capaz de desvalijar tres viviendas en una sola jornada. Y la que repite siempre es la del Petas, un ladrón de autos Volkswagen tipo escarabajo que asesinó a varios policías durante una aparatosa fuga.

El museo exhibe además herramientas muy parecidas a las que solían emplear algunos de estos prontuariados míticos: ganzúas, cinturones, sogas, estiletes, patas de cabra. Y uno de sus paneles clasifica a los maleantes por modalidades: los raybaneros son los que tienen como objetivo las gafas Ray-Ban; los cumbreros, los que van a por los sombreros borsalinos; los lanceros, los que aprovechan las aglomeraciones para sustraer carteras, relojes o teléfonos móviles; y los cuenteros, los que estafan a los ciudadanos más indefensos. “Para combatir al enemigo, uno tiene que conocerlo bien primero, y para eso hay que averiguar su modus operandi”, explica el capitán Terán. Y luego dice que la Virgen de Copacabana, que está resguardada por una urna a nuestra espalda, es “la generala de la institución” y la que les protege cuando el peligro acecha.

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