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Columna
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Vacas debajo de las multiplicaciones

Manuel Rivas

HUBO un tiempo en que pensaba que la niebla se formaba con el vaho de las vacas.

La cuadra estaba en la planta baja de la casa campesina, la de mi abuelo Manuel de Corpo Santo. No llegué a conocer a la abuela. Falleció joven, dejando una prole de 10 chicos y chicas. Vivieron una posguerra muy dura, de pan negro. Dos de los niños quedaron en el camino. Pero yo ya recuerdo aquella casa como un lugar que bullía y cantaba. Pasé allí parte de la infancia, como un niño refugiado de la ciudad. O como un aprendiz de mirlo, en el tiempo de las cerezas. Pero lo maravilloso venía con la noche. En la lareira, esa chimenea 3D, te sentías en el interior del fuego, un lugar hipnótico donde la gente curaba con sus historias el miedo, el frío y el abandono. Los surrealistas andaban a la búsqueda de “un cierto punto del espíritu” donde confluyeran los antónimos, la vida y la muerte, el pasado y el presente, la luz y la sombra… Bueno, pues allí estábamos En Cierto Punto. Si alguien contaba que había árboles que caminaban en la noche, pues allí oías el roce de los árboles sonámbulos escrutando en la ventana del lavabo.

En el otro extremo de la planta baja, con el suelo de tierra pisada, estaba la cuadra. Podías ver asomar las cabezas de las vacas por los comederos, reconocerlas, nombrarlas, Marela, Linda, Pinta, aquel movimiento acompasado de las lenguas con su filo de ventosa atrapando la hierba, y, sobre todo, las grandes vaharadas. Un efecto especial En Cierto Punto.

El valle amanecía casi siempre cubierto por una niebla espesa, tan densa que las arañas trepaban por ella. ¿De dónde venía la niebla? Los mayores se encogían de hombros o señalaban en dirección al río, pero yo estaba convencido de que la niebla nacía en la boca de las vacas, y el engranaje rumiante, aquella fábrica incesante de vaho.

“Recordar duele”, decía un amigo, Herminio Barreiro, maestro de la pedagogía libre, nacido él mismo en una escuela rural. Y para sacudirse la tristeza nos contaba la historia de su compañero de pupitre, con ruido de hambre en las tripas, que un día respondió a la pregunta del maestro para que dijese el nombre de un animal invertebrado y lo hizo con precisión entusiasmada: “¡El chorizo!”.

Debería escribirse con urgencia una Historia universal que incorporase, en igualdad de miras, la vida de los animales. Las extinciones, las grandes matanzas, la sobreexplotación, el maltrato y la crueldad, ese documento de barbarie que está en el envés de la civilización. El prólogo ya existe, magistral: New York (Oficina y denuncia), de Federico García Lorca. El gran poema contemporáneo, allí donde se entrelaza el drama humano y animal, la misma codicia insensible que aplasta a la naturaleza y a la dignidad de la gente. “Debajo de las multiplicaciones / hay una gota de sangre de pato. / Debajo de las divisiones / hay una gota de sangre de marinero. / Debajo de las sumas, un río de sangre…”.

Lo que duele hoy es el recuerdo del presente. Esas noticias de las granjas abandonadas, donde se deja morir a las vacas de hambre. Leo varias crónicas estremecedoras, que parecen remitidas desde el Infierno de Dante (La Voz de Galicia, 24.4.2016). En la crisis del campo, de la que se habla muy poco, la situación es límite. No se paga por la leche ni el mínimo para poder alimentar el ganado. Unos céntimos de euro por litro. Mientras tanto, los precios de venta al consumidor se mantienen o suben. No tiene perdón, pero cuando eso ocurre, el dejar morir a los animales de hambre en las granjas, es que la esperanza ha caído más bajo que la tierra. Animales abandonados, humanidad abandonada. Ahora está claro para quienes no querían verlo: las grandes explotaciones intensivas fueron una trampa. Las mismas instituciones que las promovieron les sugieren ahora a los ganaderos desesperados que se dediquen a explotaciones de pequeño tamaño, a la cría ecológica. Los burócratas políticos y las entidades del crédito impaciente han descubierto ahora que el chorizo es un animal invertebrado. Detrás de las cifras, hay gente más allá de la angustia y animales que se mueren de hambre en granjas carcelarias.

¿Recuerdan el mal de las vacas locas? Los locos eran otros. Y siguieron haciendo multiplicaciones.

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