En guerra con el banco, ¿o en paz conmigo mismo?
El reciente cambio en el modelo de comisiones en cajeros ha desatado una ola de quejas y críticas hacia las entidades financieras, acusadas de buscar incrementar su beneficio a costa del bolsillo de sus clientes. No obstante, y a pesar de la mala fama que les acompaña, las comisiones no son la principal fuente de ingresos de los bancos. Según un estudio de BBVA Research, las comisiones generan el 23% de los ingresos de explotación de la banca española, mientras que el margen de intereses —de créditos, préstamos hipotecarios y otros productos de financiación menos la remuneración de las cuentas y depósitos— supone el 65%.
Sin embargo, los expertos alertan de que con unos tipos en mínimos, que suponen intereses por los préstamos nunca vistos, la fuente principal de ingresos bancarios se resiente, lo que sumado a la morosidad empuja a que muchas entidades de crédito empiecen a considerar un incremento de las comisiones. Así ha sido en el caso de los cajeros, donde en apenas unos meses el sistema anterior de redes se ha modificado, lo que nos obliga a estar atentos a qué entidades nos cobrarán o no por sacar dinero en sus cajeros.
Lo sorprendente de todo esto es el sentido de traición y engaño que se da en las comisiones bancarias. ¿Por qué? Porque ha sacado a la luz la desconfianza general que existe hacia las entidades financieras. Llama la atención la cantidad de artículos en medios que, casi con lenguaje de autoayuda, te asesoran sobre si ha llegado la hora de cambiar de banco o cómo estar alerta para que no te engañen. Pasos para sobrevivir a la guerra de las comisiones bancarias. Claves para pagar menos comisiones. Incluso alguno sugiere la necesidad de que el cliente debe adoptar tácticas guerreras más cercanas a la lucha de guerrilla que al enfrentamiento frontal.
Las asociaciones de consumidores también alertan a los usuarios de banca sobre la necesidad de estar muy pendientes de las cuentas por si hay que reclamar comisiones imprevistas. Parece como si, con la banca, en lugar de existir una relación de empresa que presta un servicio y usuario que lo disfruta, se interpusiesen trincheras de intereses irreconciliables, entre la rentabilidad de la entidad y la satisfacción del cliente.
A diferencia de cuando entramos en una frutería, muchos entienden posiblemente por experiencias poco positivas que, al entrar en una oficina bancaria, empieza una negociación. Pero, más allá de detalles que es necesario discutir, ¿no debería ser la oferta global de un banco, y su adecuación a nuestros valores, una de nuestras condiciones innegociables?
Para quienes eligen su banco por proximidad física, comodidad o precio, cualquier cambio en la política de comisiones se entiende como una traición. Lo cual nos lleva a una cuestión fundamental: ¿qué criterios sigo a la hora de elegir un banco? Es frecuente que al intentar responder a esta pregunta, las razones apunten a que es el banco de toda la vida, el que queda más cerca de casa o el que me da mayor interés o una tableta por contratar una cuenta con ellos. Pero, ¿qué van a hacer con mi dinero? Nos informamos bien y preguntamos a nuestro alrededor a la hora de buscar un colegio para nuestros hijos, elegir el seguro del coche o cambiar de compañía telefónica. ¿Por qué no también al elegir la entidad donde dejar nuestro dinero, operar o solicitar un préstamo?
Banca ética de bolsillo
No hay que perder de vista que el sentido de la actividad bancaria reside en ofrecer servicios a sus clientes y usar los fondos confiados por estos para la concesión de préstamos. El cobro de comisiones supone asignar valor a un servicio que ofrece una empresa a sus clientes. Por otro lado, las comisiones no deberían emplearse para paliar la falta de beneficio económico que ya no se obtiene por otro lado, desvirtuando el sentido original del negocio bancario, sino cubrir costes y buscar la viabilidad económica de la entidad. Y ante comisiones abusivas o ilegales, no queda otra que demandar la máxima transparencia al banco y que los clientes denuncien la falta de información clara.
En los últimos años se ha vivido una puja constante entre múltiples entidades bancarias por ofrecer “0 comisiones” o algunos servicios emblemáticos de manera gratuita, como la tarjeta de débito. En estos casos, la entidad financiera debe compensar el coste existente de estos servicios que no ha sido cobrado, por lo que las organizaciones o empresas que les solicitan crédito muy probablemente se verán perjudicadas por unos intereses más altos.
Al mismo tiempo, el banco podría optar por realizar inversiones más arriesgadas y de menor responsabilidad, por ejemplo en economía especulativa, para seguir manteniendo su oferta agresiva. O bien otra posibilidad es que el cliente viera de forma imprevista cómo aparecen costes en servicios menos conocidos. Ello explica el aumento de comisiones en el sector (del 100% en 2014) a pesar de la aparente rebaja de estos costes que a veces se transmite.
El problema radica en que solo vemos una parte, y no el fondo. Así, en algunos foros uno se encuentra comentarios de personas que hacen un alegato por dejar los bancos que cobraban altas comisiones y pasarse a otras entidades con 0 comisiones, a las que comparan con la banca ética. Ética para mi bolsillo.
Cuando el consumo responsable aporta tranquilidad
Según los especialistas de Marketing, en los supermercados algunas ofertas agresivas en lugar visible sirven para que acabemos realizando una compra global menos ventajosa de lo que pensábamos. ¿Nos puede ocurrir lo mismo en banca?
Quizás seamos vulnerables frente a ciertas ofertas porque, como apunta Gloria González, de Economistas sin Fronteras, no hemos sido educados para un consumo responsable, en particular de servicios financieros. En el ejemplo de las comisiones en cajeros, un consumo responsable puede implicar un cambio de hábitos en el uso de la tarjeta, una mayor planificación en la extracción de efectivo que se traduzca en un menor número de disposiciones y, por tanto, evitar el pago de comisiones, contribuyendo también al control de gastos.
Bajo la apariencia de inconformismo, quizá “estar en guerra con mi banco” puede ser en el fondo una actitud poco activa, que no cuestiona la esencia del sistema y entra en su “juego”. Hacerse preguntas sí supone cuestionarlo y, al mismo tiempo, estar más tranquilos con nosotros mismos.
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