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en primera persona

Maternidad gore

El gen de la tolerancia incluye, cabe destacar, los reflujos de leche que lucen en camas, cojines y cualquier hombro al que se arrime la criatura

Clara Blanchar

Cuando son bebés se te activa el gen de la resistencia a la mierda. De qué, sino, sobreviviría un humano al que hay que limpiar el culo cada dos horas durante un año y medio (en el mejor de los casos) de una sustancia maloliente y tóxica capaz de quemar los dibujitos de la ropa. Y dejémoslo en el culo, porque The Black Sisters (por el apodo del padre), que ya tienen tres y seis, más de una vez lo combinaron con flatulencia y la cosa llegó al cogote. El gen de la tolerancia incluye, cabe destacar, los reflujos de leche que lucen en camas, cojines y cualquier hombro al que se arrime la criatura.

Pero tras una pausa de un par de años, cuando los menores han ganado autonomía y las toallitas han abandonado el hogar; cuando corren siempre que no se lo pides y trepan a lo más peligroso que atisban, vuelve la #MaternidadGore. Mocos víricos de tal calibre que una vez fuera serían imposibles de volver a meter dentro; gastroenteritis de estas que media clase contagia a la otra en sus modalidades por arriba, por abajo, o combi… Y la varicela: por un lado piensas: ‘Joder, la pobre, qué mal lo tiene que estar pasando’. Pero por otro, tienes el convencimiento de que si ese ser humano con fiebre y un grano en cada centímetro cuadrado del cuerpo no fuera tuyo, tendrías la tentación de pasar de largo.

Y aun así, hay cosas peores. En mi humilde opinión, el podio de la asquerosidad es el siguiente. Tercer puesto: los dientes que cuelgan y les dan vueltas al grito de “mira, mira”, y la consiguiente "piñata glamour". Finalista: limpiar rodillas y codos pelados cuando casi se ve el hueso. Ganador: las dos veces que me ha tocado hacerme la valiente en un quirófano de urgencias mientras un cirujano les cosía (los morros y la frente, respectivamente) y cinco (¡cinco!) enfermeras sujetaban a las churumbelas (cabeza, hombros y piernas) y las pobres se revolvían envueltas en una sábana y gritaban; no como posesas, sino directamente posesas por el miedo que produce la situación.

Esperando poder disfrutar del desagradable campeonato muchos años, pero deseando que cada vez haya menos participantes, no quisiera acabar este post sin olvidar el fondo de armario de la #MaternidadGore: los piojos.

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Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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