La nada exterior
La falta de acción diplomática de Rajoy condena a España a la irrelevancia
Que la política exterior no era el plato fuerte de Mariano Rajoy era ya evidente antes de las elecciones del 20 de diciembre pasado. Su falta de interés personal en la materia, el desconocimiento de idiomas y la escasa capacidad de conexión con otros líderes, cualidades esenciales hoy para que un presidente del Gobierno pueda conducir una diplomacia exitosa, ya habían dejado encima de la mesa un balance dominado por la falta de iniciativa y el desdibujamiento de la presencia de España en el mundo.
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Sobre este trasfondo ya preocupante, la interinidad del Gobierno está teniendo consecuencias demoledoras. No se discute que el Gobierno esté limitado en su capacidad ejecutiva, también exterior. Pero como se ha demostrado durante la crisis de los refugiados y aún más tras los atentados de Bruselas —porque el mundo no solo no se detiene mientras formamos Gobierno sino que se acelera— es necesario que Gobierno y partidos pacten las líneas de actuación clave que debe defender España. Sin embargo, como hemos visto estas semanas, desde el acuerdo con Reino Unido sobre una eventual salida de la UE a la crisis de asilo y refugio o la cumbre sobre seguridad nuclear celebrada en Washington, el impulso del Gobierno es el contrario: o se desentiende de participar o acude sin posición propia para luego, en cualquier caso, intentar negarse a rendir cuentas ante el Parlamento.
El ridículo hecho por la diplomacia española en el reciente Congreso de la Lengua celebrado en Puerto Rico, al plegarse a unas supuestas exigencias de Washington para diluir la relevancia del evento, no es una anécdota sino un síntoma de algo más profundo. Además de dejar al Rey en mal lugar, transmite un mensaje de servilismo incomprensible. España es un aliado estratégico de EE UU: cuesta pensar que un Obama que se acaba de reconciliar con Cuba abriendo su discurso en español con una cita de José Martí iba a ver un desafío en la celebración de dicho Congreso. Más que pensar en cómo hacer que el rey Felipe VI no fuera a Puerto Rico, el Gobierno debería estar pensando en cómo hacer que fuera a Argentina o Cuba, por donde, por cierto, ya han pasado Hollande y Renzi.
Sin duda que la crisis económica ha tenido mucho que ver con la falta de perfil propio de España, pues ha absorbido casi toda la energía del Gobierno saliente, disminuyendo de manera dramática los recursos al alcance de la acción exterior y debilitando la capacidad de España de proponer iniciativas y hacer valer sus argumentos. Pero toda crisis también ofrece una oportunidad de reflexión sobre las prioridades. Sin embargo, como en otros ámbitos, el Gobierno ha primado los recortes en la acción diplomática, el presupuesto de defensa o la ayuda oficial al desarrollo por encima de las reformas que permitieran maximizar la eficacia de la acción exterior.
Los tres espacios claves para la política exterior española (Europa, el norte de África y América Latina) están experimentando una profunda transformación, cuando no en fase de grave descomposición. Europa se encuentra en un momento existencial, desbordada por la crisis de refugiados y sometida a la presión del terrorismo yihadista a la vez que intenta contener las fuerzas centrífugas del populismo nacionalista y xenófobo. Su periferia, desde el Magreb hasta Rusia, está en convulsión. Y en América Latina, la falta de presencia política española supone ya un riesgo estratégico para nuestras empresas, que ven como sus posiciones se debilitan a la par que nuevos competidores, ayudados por diplomacias vibrantes y activas, ganan terreno progresivamente. En política, el vacío no existe: todo espacio abandonado es ocupado por alguien. En Europa o en América Latina, España ni está, ni se la espera, ni parece tener nada que decir.
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