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Bruselas, día 1 después del atentado

Tras el horror yihadista no hay más diálogo que el monólogo ante una ciudad rota

Claudi Pérez

Me revienta el clima de Bruselas. Me agobia el ir y venir de papeles que hay que estudiarse hasta el mínimo detalle, en medio de comparecencias que se sostienen en la nada, con ese tufillo burócrata de algunos funcionarios que aplican el librillo sin caer en que las reglas son rematadamente estúpidas. Me tiene aturdido este proyecto europeo que no sabe dónde va. Ni siquiera suelen gustarme los belgas. No solo porque no acostumbren a mezclarse con la miríada de extranjeros que hacen de Bruselas una ciudad global y cosmopolita. El metro huele, llueve 250 días al año, en los restaurantes casi está mejor visto llevar perros que niños. Me fastidia esa manía de las dos comunidades lingüísticas por darse la espalda, me asquean las historias que leo sobre el Congo y la monarquía.

Pero luego están Bruegel, Van Eyck, Rubens, la Monnaie, el hecho de haber sido tierra de asilo de Víctor Hugo, de Baudelaire, la extraña paradoja —las contradicciones, siempre interesantes— de haber expatriado a todos sus grandes creadores, de Maeterlinck a Verhaeren, de Michaux a Simenon, de Brel a Alechinsky.

Bruselas es una especie de circo de tres pistas en las que uno mira algo y teme perderse todo lo demás, un chute de periodismo, de política, de economía y, sobre todo, de gente interesante si uno sabe buscar. Bruselas es la ciudad donde los musulmanes corrieron ayer a donar sangre después de los atentados, en la que su ciudadanía se sobrepuso al luto y salió a tomarse una cerveza, donde el Gobierno supo mandar a los militares a casa para tratar de dar una mínima sensación de (turbadora) normalidad. Y en la que los sin techo del aeropuerto entraron justo después de los bombazos para ayudar en lo que fuera posible, dentro de esa atmósfera de amabilidad y solidaridad que suele instalarse después de una sacudida mayúscula.

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Aquella frase de Canetti: “Los hombres al sol parece que merecen la vida; bajo la lluvia parecen llenos de propósitos”. Los bruselenses tardarán dos o tres días en volver a gruñir. Esa será la vuelta a la auténtica normalidad.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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