Bruselas, día 1 después del atentado
Tras el horror yihadista no hay más diálogo que el monólogo ante una ciudad rota
Me revienta el clima de Bruselas. Me agobia el ir y venir de papeles que hay que estudiarse hasta el mínimo detalle, en medio de comparecencias que se sostienen en la nada, con ese tufillo burócrata de algunos funcionarios que aplican el librillo sin caer en que las reglas son rematadamente estúpidas. Me tiene aturdido este proyecto europeo que no sabe dónde va. Ni siquiera suelen gustarme los belgas. No solo porque no acostumbren a mezclarse con la miríada de extranjeros que hacen de Bruselas una ciudad global y cosmopolita. El metro huele, llueve 250 días al año, en los restaurantes casi está mejor visto llevar perros que niños. Me fastidia esa manía de las dos comunidades lingüísticas por darse la espalda, me asquean las historias que leo sobre el Congo y la monarquía.
Pero luego están Bruegel, Van Eyck, Rubens, la Monnaie, el hecho de haber sido tierra de asilo de Víctor Hugo, de Baudelaire, la extraña paradoja —las contradicciones, siempre interesantes— de haber expatriado a todos sus grandes creadores, de Maeterlinck a Verhaeren, de Michaux a Simenon, de Brel a Alechinsky.
Bruselas es una especie de circo de tres pistas en las que uno mira algo y teme perderse todo lo demás, un chute de periodismo, de política, de economía y, sobre todo, de gente interesante si uno sabe buscar. Bruselas es la ciudad donde los musulmanes corrieron ayer a donar sangre después de los atentados, en la que su ciudadanía se sobrepuso al luto y salió a tomarse una cerveza, donde el Gobierno supo mandar a los militares a casa para tratar de dar una mínima sensación de (turbadora) normalidad. Y en la que los sin techo del aeropuerto entraron justo después de los bombazos para ayudar en lo que fuera posible, dentro de esa atmósfera de amabilidad y solidaridad que suele instalarse después de una sacudida mayúscula.
Aquella frase de Canetti: “Los hombres al sol parece que merecen la vida; bajo la lluvia parecen llenos de propósitos”. Los bruselenses tardarán dos o tres días en volver a gruñir. Esa será la vuelta a la auténtica normalidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.