Torquemadas

Ante las negociaciones para formar Gobierno, los españoles palpan la inconsistencia de sus políticos. Parece claro si uno piensa que Podemos basó su campaña en aleccionarnos de que ya no existían las izquierdas ni las derechas y ahora en cambio sostiene que es imposible pactar con la derecha y que es imprescindible un Gobierno de izquierda clásica. Ciudadanos, otro partido joven y renovador, hizo lema de arramblar con los viejos partidos, pero ahora sueña con ponerlos de acuerdo y gobernar todos juntos como si no hubiera un ayer. Entre los socialistas, tanto les da que se abstengan unos u otros a izquierda o derecha con tal de alcanzar un Gobierno que creen merecer por ser no tanto los más votados, como los mejor situados para sumar. Y entre los populares, bueno, entre los populares hay un desatino mayor, porque las revelaciones del latrocinio de su partido en Madrid como en Valencia no aspiran a nada más que a convencer a sus votantes de que mejor que les roben ellos a que les vengan a robar otros más novatos. Y el mensaje funciona, porque bien que muchos segovianos corrieron a alzar como diputado al señor Gómez de la Serna sin importarles que fuera trilero descubierto.

Los españoles saben que repetir elecciones es catastrófico para las cuentas de los partidos, que tendrían que volver a gastar en campaña promocional lo que aún no les ha dado tiempo a recolectar durante la legislatura. Obligados a entenderse, los partidos presentan un panorama de incompatibilidades antes de forjar el acuerdo final, aparentan inflexibilidad antes de combarse. Me sorprendió hace años conocer a un político profesional que no había oído hablar de Isaiah Berlin. Me sonaba como a un cineasta que no conociera a Luis Buñuel, no tanto un ignorante, como un atrevido.

En esto de los dogmas doblados en la política, Berlin era un maestro del análisis, porque le tenía menos miedo al pacto que al cilicio. La revista Letras Libres adelanta la nueva traducción de sus cartas, y en una discrepancia con el agudo profesor Mark Lilla utilizaba un ejemplo que quizá nos venga bien tener en cuenta. Para él Torquemada era coherente y sincero cuando torturaba y asesinaba a quienes no pensaban de su misma manera. En cambio, Federico el Grande era villano y cínico, pero logró aumentar el nivel de vida y la felicidad de los prusianos. ¿Con quién nos quedamos? ¿Con el iluminado dogmático epítome de la sinceridad política o con el utilitarista? Conviene hacerse esa pregunta hoy y no ser tan inflexible con nuestros políticos en busca de un pacto de gobierno.