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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ni unidad ni belleza

Pablo Iglesias fulmina al ‘número tres’ de Podemos tras negar divisiones internas

Sergio Pascual, secretario de Organización de Podemos, en octubre de 2015.
Sergio Pascual, secretario de Organización de Podemos, en octubre de 2015.PACO PUENTES

Cuando un líder político niega discrepancias internas en su partido, es muy difícil creerle. Y cuando fulmina al responsable de la estructura territorial de su organización horas después de haber difundido una carta en la que habla de “la unidad y la belleza de nuestro proyecto político” lo que demuestra es que los hechos hablan mejor que las palabras.

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Pablo Iglesias destituyó el martes a su secretario de Organización, Sergio Pascual (el hombre de confianza de su número dos, Iñigo Errejón), con nocturnidad, culpándole de “una gestión deficiente cuyas consecuencias han dañado gravemente al partido”. A continuación, algunos de sus hombres y mujeres de confianza salieron al paso explicando que Pascual había actuado de forma “ineficiente e inadecuada”, sin reconocer lo que realmente está pasando en Podemos: que tan solo dos años después de lanzarse como partido y los éxitos cosechados en las elecciones europeas, municipales, autonómicas y nacionales, se ha iniciado una guerra de poder interno que ya no pueden ocultar.

La propia Carolina Bescansa reconocía ayer “discrepancias tácticas” entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Es lo mínimo que pueden hacer después de varios meses de crisis abierta en Galicia, País Vasco, Cataluña, La Rioja y Madrid. Una crisis que va mucho más allá de discrepancias tácticas y que pone de manifiesto la existencia de corrientes ideológicas que luchan por el poder en la coalición.

La división dentro de Podemos se escenifica claramente en tres ejes diferentes: el personal, el ideológico y el territorial. Y cada uno de ellos ha encendido pequeños fuegos que pueden causar un gran incendio si no se actúa de forma rápida. El problema es que la forma de actuar de Pablo Iglesias ha echado más gasolina al fuego, alimentando la división y dando vida al ala más radical del partido.

En el terreno personal, la división se larvó con la salida forzada, antes de las elecciones municipales, de Juan Carlos Monedero, que situó a Iñigo Errejón como número dos de Podemos. Desde entonces se han producido innumerables enfrentamientos en la elaboración de las listas y de la propia estrategia del partido. Es algo habitual en las fuerzas políticas, aunque la forma de intentar solucionarla está muy lejos de los principios participativos y asamblearios que defendían hasta hace muy poco.

Las peleas ideológicas y territoriales han tenido un desarrollo diferente, pero suponen un grave problema de futuro en una coalición que todavía no ha digerido el éxito. Las discrepancias son fuertes, tanto en la estrategia de pactos con el PSOE, como en la estructura de poder en las distintas autonomías, en las que las fuerzas nacionalistas tienen la llave del futuro de la coalición.

Todos los partidos pasan momentos de dificultades, con divisiones y luchas de poder. Y en un sistema democrático se buscan soluciones de democracia interna. Pablo Iglesias ha dado esta semana muestras de autoritarismo, aunque las quiera ocultar tras palabras fatuas en la carta difundida el martes. Unidad, belleza, pasión, ilusión y lealtad no conjugan con el cese fulminante del principal colaborador del número dos de Podemos.

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