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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

46 días de sofoco en la alcaldía de Girona

Tras un breve y convulso mandato, el alcalde elegido por Pugidemont se retira y propicia un pacto con el PSC

Milagros Pérez Oliva

No se puede forzar tanto la máquina, porque acaba rompiéndose. 46 días ha durado en el cargo el nuevo alcalde de Girona, Albert Ballesta, en un mandato lleno de virajes y tan breve como convulso. Todo empezó cuando Artur Mas decidió, en el último minuto, dar un “paso al lado” para evitar nuevas elecciones en Cataluña y aupó al alcalde de Girona, Carles Puigdemont, a la presidencia de la Generalitat. Eso obligó a cubrir la alcaldía vacante en un proceso rápido que quiso controlar personalmente el nuevo presidente. Para sorpresa de todos, el dedo de Puigdemont no se detuvo en quien por prelación en la lista debía ocupar el cargo, la convergente Marta Madrenas, ni en ninguno de los diez ediles en ejercicio, sino en el número 19 de la candidatura, que ni siquiera había obtenido el acta de concejal. Puigdemont buscaba sin duda una persona de su entera confianza, pero sorprendió que no la encontrara hasta los últimos puestos de una candidatura que él mismo, como cabeza de lista, había pergeñado.

A partir de ahí todo fueron despropósitos. Para que Ballesta pudiera ser alcalde, tuvieron que renunciar al acta de concejal, uno por uno, los ocho candidatos que se encontraban por encima de él en la lista. Luego tomó posesión con una fórmula independentista, pero hizo mal el juramento y tuvo que repetirlo para poder acceder al cargo. Y a continuación, chocó con ERC, su socio de Junts pel Sí, a la hora de negociar el cartapacio, los asesores y las nuevas retribuciones. Lo peor que puede hacer un cargo electo es decir que está en política para forrarse. Ballesta, por supuesto, no lo dijo, pero tampoco estuvo acertado cuando, ante la polémica creada por su decisión de aumentarse el sueldo, replicó que aún salía perdiendo, pues como funcionario ganaba más. Discutir de dinero, y más en Girona, es algo que causa incomodidad. El dinero se tiene, pero no se ostenta ni se reivindica.

Con ERC enrocada, a Ballesta no se le ocurrió otra cosa que pactar el cartapacio y las retribuciones con el “enemigo” del soberanismo, es decir, Ciudadanos y el PP. El anuncio causó una gran convulsión en Girona, aunque al final también ellos le dejaron en la estacada. Llegados a este punto, solo le quedaba dar también “un paso al lado”, y lo hizo, pero murió matando, pues todavía estaba ERC sentada esperando en la mesa de negociaciones cuando se enteró de que el alcalde se iba, pero Convergència había hecho un pacto de gobierno con los socialistas.

La nueva alcaldesa será finalmente Marta Madrenas, pero el beneficiario último de la crisis será el PSC. Después de haber gobernado la ciudad durante 30 años quedó relegado a cuarta fuerza política. Ahora vuelve al gobierno municipal gracias a los fracasos de un alcalde errático. Los resultados electorales obligan a pactos múltiples, pero una cosa es demostrar cintura y capacidad de pactar a uno y otro lado, y otra dar bandazos. El episodio, que en muchos titulares ha sido calificado de vergonzoso, ha supuesto un duro golpe para Girona, de la que podría decirse, como poco, que es la ciudad con más autoestima del mundo, si es que las ciudades tienen autoestima.

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