Una tonadillera frustrada
José Sacristán, a quien cantar copla le pierde, ha llegado a ese punto en que cualquier cosa que toca parece bendecida
Los primeros años de Pepe Sacristán fueron inolvidables. Conoció al Venancio, su padre comunista, en la cárcel. Vivió con sus padres, su hermana y otros dos parientes en un pisito con derecho a cocina. Fue vendedor a domicilio de El Círculo de Lectores, un empleo que le metió en muchos libros y le sacó de algunos apuros. Pasó tanta hambre que se le quedó paladar de pobre: todo le sabe bueno.
Ha sobrevivido a la Guerra Civil, la posguerra, la miseria, el franquismo, el destape, la Transición, las películas cochambrosas, el cine audaz y el cine de barrio. También ha sobrevivido al olvido. Ahora se lo rifan: los cineastas jóvenes, los directores de teatro, las series de televisión. Pero el cine le dio la espalda más de lo que se puede creer: entre 1995 y 2001 no hizo ninguna película y entre 2004 y 2011, tampoco. En 20 años, 13 en blanco. No fue candidato al Goya hasta 2013, cuando se lo dieron. Para explicar el dislate, tira de humor: “Me extrañaba que no me nominaran, aunque lo atribuía a que, desde que existen los Goya, me he dedicado, sobre todo, al teatro. Luego reparé en que tampoco me habían nominado a los premios de teatro”. Cantar copla le pierde: “Soy una tonadillera frustrada”. No se quita de la cabeza a Chinchón, su pueblo, ni a un gigante que aún le insinúa cómo vivir: “Todavía estoy en segundo de Fernando Fernán-Gómez”.
Ha llegado a ese punto en que cualquier cosa que toca parece bendecida. Acaba de estrenar la película Vulcania y Muñeca de porcelana, una función de Mamet. En Broadway la interpretó Al Pacino. Pero aquí también tenemos a nuestros grandes.
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