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CLAVES
Columna
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Otegi en libertad

Fue calificado por algún político, cuya memoria es preferible que siga en un cenagal, como “hombre de paz”

Jorge M. Reverte

Estaba el debate político transcurriendo de manera pacífica, como debe ser en democracia, cuando llegó una noticia que, en otras épocas, lo habría alterado.

El martes se vio en el Parlamento la prueba fehaciente de cómo este país aguanta, y sobre todo ha aguantado, casi de todo: Arnaldo Otegi ha abandonado la cárcel después de pasar en ella seis años y medio por pertenencia a banda armada.

Otegi fue calificado en su día por algún político cuya memoria es preferible que siga en un cenagal como “hombre de paz”. Eso quiere decir que cuando le conoció no llevaba encima pistola. Quizá no la llevó nunca, salvo cuando tuviera que custodiar a un empresario secuestrado. Según algún político actual, Otegi también parece ser un “hombre de paz”: ha salido de prisión y parece ser que con él ha sido liberado el último preso político de las cárceles españolas.

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Si se le pregunta al que le consideraba un preso político, qué ideas defendía Otegi, diría que la independencia de Euskadi. No sería recomendable preguntar que por qué medios, porque hay gente a la que le repugna el tiro en la nuca. Ese es un medio que solo soportan ideologías como el estalinismo o el nacionalismo en general.

A Carod Rovira, al que también el tiempo se ha comido, su nacionalismo le llevó a pedir a ETA que no matara en Cataluña. Sobre España no dijo nada.

Es realmente confortable poder tener un pensamiento tan claro. Un pensamiento que permite decir esas cosas al tiempo que no se condena la prisión que sufre la gente en Venezuela (¿ser preso político en Venezuela hace que uno sea gente o sigue siendo casta?). El debate sobre Otegi ha pasado a segundo plano. No habiendo ETA tienen menos influencia estos chicos. Y se confirma lo que muchos creemos desde hace tiempo: vivimos en una democracia con muchos defectos, pero es un país libre. El día en que se debate una investidura no es malo recordarlo.

Mientras Pedro Sánchez hacía un discurso bien montado, dirigido a todos y a nadie, por lo menos se podía destacar que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Ni siquiera nos toca recibir a refugiados.

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