Fabricando un héroe
La vida de Assange se ha convertido en un verdadero infierno. Durante los últimos años, se ha enfrentado al país más poderoso del mundo y ha escapado de dos sólidos sistemas judiciales
Julian Assange no es un héroe. Pero está dispuesto a lo que haga falta para convertirse en uno. Y a lo mejor lo consigue. En realidad, no será por la calidad de las revelaciones que publicó en el website Wikileaks. Su filtración de más de 700.000 documentos confidenciales de Estados Unidos fue una chapuza: millones de páginas llenas de comentarios personales, sin editar ni contextualizar ni medir los riesgos, que es lo menos que se le pide a un periodista.
Si la idea de Assange era herir de muerte al monstruo americano, su fracaso fue mayor: ni siquiera le arañó las pezuñas. Los wikiescándalos, incluso las revelaciones sobre Guantánamo, no originaron grandes dimisiones ni indignaron a los ciudadanos de ese país, ni alteraron en lo más mínimo su rumbo político. Por el contrario, Estados Unidos demostró que hace en privado lo mismo que dice hacer en público.
No todos pueden alardear de eso. Algunos países árabes, por ejemplo, exigían bajo la mesa a Estados Unidos medidas contra Irán que no confesaban abiertamente. A los americanos, en cambio, sólo se les puede acusar del instinto chismoso y la mala leche de sus funcionarios. Peores cosas se han visto, la verdad.
Reino Unido, Suecia y EE UU van a convertir a Assange en símbolo
A pesar de lo poco dañinas que fueron sus revelaciones, la vida de Assange se ha convertido en un verdadero infierno. Durante los últimos años, se ha enfrentado al país más poderoso del mundo y ha escapado de dos sólidos sistemas judiciales, ha vivido en arresto domiciliario, a menudo sin ventanas, y ha llevado una pulsera telemática atada al pie. Ha gastado todo su dinero, que tampoco era mucho, en abogados. Y ha visto cerrarse sus fuentes de financiación debido a enormes presiones políticas. Como si fuera poco, lo peor de su vida sexual ha sido ventilado por la prensa mundial, y millones de personas lo consideran a priori un violador.
Nadie se somete a semejante martirio si no se cree de verdad que lo persiguen para colgarlo. Y si Assange lo cree con tanto ahínco, a lo mejor hasta es verdad. De hecho, por muy paranoico que sea el fundador de Wikileaks, el caso judicial en su contra resulta bastante sospechoso: dos mujeres con las que ha tenido relaciones frecuentes lo denuncian por abusos justo cuando acaba de destapar documentos confidenciales de Estados Unidos. La parte denunciante está vinculada a grupos políticos. No se puede negar que huele muy mal.
Si Assange no miente y la denuncia fue una venganza de Estados Unidos, me parece bastante poética. Ha sido como decirle: “¿Quieres un mundo sin secretos? Pues toma un mundo sin TUS secretos. Tú mostraste nuestras intimidades, nosotros mostramos las tuyas. Es igual de legal. Es igual de ético”. Yo la consideraría una revancha elegante. Y suficiente.
Lo raro, quizá lo tonto, es que, aún después de eso, Reino Unido, Suecia y Estados Unidos siguieran empeñándose en darle alhackerla máxima importancia. Ya una excandidata republicana a la vicepresidencia de Estados Unidos había puesto a Assange a la altura nada menos que de Bin Laden. Pero en el último mes, a ella se le han sumado declaraciones de ministros y presidentes, cordones policiales, amenazas de intervención, protestas internacionales, senadores americanos que piden castigos comerciales contra Ecuador… Si elcaso Assangeno forma parte de una persecución política, ¿por qué están todos los políticos hablando de él?
Assange necesita mantenerse en el centro de la noticia para sobrevivir, literalmente. El día que lo olviden será su final. El presidente Correa y el abogado Garzón saben ayudarlo a mantener la presión mediática. Pero los únicos que pueden convertirlo en un símbolo son Reino Unido, Suecia y Estados Unidos. Y hasta ahora, han hecho todo lo que Assange necesita de ellos.
Mientras los Gobiernos de tres poderosas democracias sigan mostrándose desesperados y rabiosos ante un individuo que no tiene poder político, que ni siquiera tiene una tarjeta de crédito, darán a entender que sí lo persiguen. Si insisten, convertirán la paranoia en realidad, y a un periodista con pocos escrúpulos, en un icono de la libertad de expresión.
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