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FIERAS DIVINAS
Columna
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Divino tesoro

Quizás Oscar Wilde llevaba razón cuando dijo que “la juventud se desperdicia en los jóvenes

Cartel de la película La juventud, de Paolo Sorrentino.
Cartel de la película La juventud, de Paolo Sorrentino.

"Juventud, divino tesoro”, decía mi abuela en un tono ligeramente irónico; luego añadía: “Escucha a esta vieja porque un día lo entenderás”. Ese día fue el pasado lunes viendo la película La juventud, de Paolo Sorrentino. Casi me detiene el cartel promocional: dos hombres mayores admirando a una joven desnuda, como en Susana y los viejos. Pero, al igual que la parábola, la película desvela un falso testimonio: el nuestro. Sorrentino y mi abuela se ríen de lo que esperamos ver, pero yo era la única riéndome en el cine.

Isabel Coixet vio a Catherine Deneuve llorar en la oscuridad viendo un maravilloso primer plano suyo en Belle de Jour (Bella de día), durante un homenaje que le tributó el Festival de Cannes. (Coixet lo contó conversando con la periodista Maricel Chavarría en el ciclo Con ojos de mujer, organizado por la agitadora cultural Mari Angels Cabré en el Ateneu Barcelonés). Yo lloro sin querer cuando Burt Lancaster en El Gatopardo contempla a la preciosa Claudia Cardinale alejarse. El viejo león renuncia a su anhelo y se despide de su juventud. ¿Llora Deneuve por ya no ser Ella mientras Él languidece por no tenerla?

Sorrentino nos lleva por otro camino, el de La montaña mágica contemporánea. En el balneario donde transcurre la acción ya no se admira la radiografía de los pulmones tuberculosos de la amada, como en la novela de Thomas Mann, sino una sinfonía humana, caótica, poética, excesiva, donde lo decadente son nuestras expectativas. Ni una inteligente Miss Universo desnuda logra demorar un instante al viejo Mick cuando, por sorpresa, aparece una veterana amiga. ¿Pueden creerlo? La gran belleza surge gracias a una cámara compasiva con la fragilidad de los cuerpos, al humor humilde ante la soberbia, al placer vertiginoso entre los planos inclinados de montañas sublimes, levitando sin más. ¿Profundo o banal? El guion juega con nosotros, pecadores, borrando las reglas del gusto. Dos amigos comentan a diario la dificultad al orinar (su mayor preocupación biológica) y cala su doble sentido inglés (take the piss: tomar el pelo).

Ya conocen el refrán, sabe más la fiera por vieja que por fiera. En esta montaña nueva, el tesoro divino no es la juventud, sino la salud y la libertad. El alba de oro no tiene edad. Quizás porque Oscar Wilde llevaba razón cuando dijo que “la juventud se desperdicia en los jóvenes”, cuando quiero reír no río, y, a veces, río sin querer...

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