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Cinco objetos que marcan qué aspecto tienes cada día

Uno puede ser el colmo de lo clásico o de lo moderno, que si es varón su aspecto estará marcado por estos cinco inventos cotidianos

Colin Firth y Taron Egerton en la película 'Kingsman. El servicio secreto' (2014).
Colin Firth y Taron Egerton en la película 'Kingsman. El servicio secreto' (2014).Cordon

Estaremos de acuerdo en que hoy en día seria impensable llevar aparatosas pelucas como los aristócratas del siglo XVI. O que nuestros hábitos higiénicos fueran los mismos que en la edad media. Hasta llegar a la imagen que tenemos del hombre moderno hizo falta que interviniera una serie de prendas de vestir, modas e inventos desde hace poco más de un siglo. Y aunque continúan en constante evolución, todas juntas han contribuido a crear la imagen de la masculinidad actual. Desde el traje o la corbata hasta los cosméticos masculinos, repasamos la historia de cinco grandes hitos que revolucionaron la imagen del hombre moderno.

El traje. El traje masculino tiene su origen en Inglaterra. Dónde si no. Su pariente más lejano es el traje de campo, un conjunto que la aristocracia británica utilizaba para ir al campo o la playa en lugar del aparatoso frac. Poco a poco el traje se fue haciendo popular entre las clases trabajadoras y en 1906 Keir Hardie fue el primer miembro del parlamento británico que se presentó en la cámara con un traje de campo y no con el tradicional froc coat. A partir de aquí, la sastrería británica y sus innovaciones como el planchado al vapor o el tratamiento que daban a la lana, lo convirtieron en un básico. “Aunque siempre se lo asocia a la formalidad yo lo asociaría también a la sofisticación masculina”, explica Malala Vega, creadora de la marca de sastrería masculina Anglomania.

Con tantos años de historia el traje masculino ha ido variando en su forma y sus acabados teniendo, curiosamente, cierto carácter cíclico: lo que se llevó hace años se vuelve a llevar ahora.“En la década de los cincuenta, sesenta o setenta las hechuras de los trajes eran a simple vista parecidas a hoy en día, los pantalones eran estrechos y las americanas eran entalladas, aunque la confección sí que era muy diferente a la de la actualidad”, señala Vega. En los ochenta y noventa la cosa fue diferente, las americanas anchas y las hombreras eran la norma y hoy en día sólo evidenciarían que estamos desfasados. Eso sí, fuese en la época que fuese, el traje siempre ha tenido lo mismo en común: ser sinónimo de elegancia masculina y, por qué no decirlo, tener cierto punto de imposición social.

La corbata. “La corbata define la personalidad de quien la lleva y los hombres no cuentan con tantos accesorios como la mujer, por eso hay que darle mucha importancia”, resalta Malala Vega. Además, su historia es ciertamente curiosa: en el siglo XVII el rey francés Luis XIV se prendó de un accesorio que llevaban unos soldados croatas. Se trataba de un pañuelo atado al cuello y del que sólo dejaban caer un extremo sobre su pecho llamado hrvatska. Por orden del rey pasó a ser uno de los accesorios de la indumentaria de una parte de la guardia real, la Royal Cravette, y ya con el nombre de cravette se convirtió en moda en las clases altas francesas.

Aunque por aquel entonces no tenía nada que ver con lo que ahora conocemos como corbata, a finales del siglo XIX se comenzó a parecer a la actual, sobre todo gracias a universidades como la de Oxford que estilizaron su forma. “La principal diferencia entre corbatas siempre ha sido el ancho de la pala –explica Malala Vega-. En las décadas de los 50, 60 y principios de los 70 era de entre un 6 y 8 centímetros de ancho, mientras que en los 80 y 90 la pala que más se usaba era entre 9 y 9 y medio”.

En todo caso, el auténtico inventor de la corbata moderna y responsable de que hayas aprendido a hacer unos cuantos nudos (o de mirar un tutorial en youtube) fue Jesse Langsdorf, un inventor neoyorquino que en 1924 descubrió que con unos pocos cortes era capaz de aprovechar la mayor tela posible para hacer una corbata. Gracias a él su uso se hizo masivo llegando hasta nuestros días.

Los cosméticos masculinos. Aunque parece que nos hemos enterado hace poco, la piel del hombre poco tiene que ver con la de la mujer y necesita tratamientos específicos propios. “Las diferencias principales están en las hormonas porque la piel masculina segrega más grasa, y es un 25 % más gruesa y menos frágil que la de la mujer”, explica Montserrat Quirós, directora del centro de belleza que lleva su nombre.

A pesar de que desde el antiguo Egipto tanto hombres como mujeres utilizaban aceites para hidratar su piel, se habla de 1985 (hace apenas tres décadas) como la fecha en la que comenzó la comercialización de los primeros cosméticos masculinos. Es difícil saberlo a ciencia cierta, porque cada marca se atribuye haber sido la primera, pero esa fue la época en la que se empezaron a aplicar en las cremas componentes como el ácido hialurónico, antioxidantes, vitaminas y oligoelementos, lo que condujo a una mayor especialización y dio un empujón a la cosmética masculina. Hoy en día hasta supera en ventas a los productos para el afeitado. “Es ahora cuando el hombre por fin se ha dado cuenta de lo importante que es cuidar su piel para que ésta mantenga un aspecto saludable”, resalta Quirós.

La maquinilla de afeitar. El afeitado es una técnica tan antigua como las civilizaciones mismas, pero fue durante los siglos XVII y XVIII cuando se perfeccionó la forma y el filo de la navaja de afeitar y, con la llegada del acero inoxidable en el siglo XIX, comenzaron a ser prácticamente igual que las actuales. Probablemente no las utilices en tu casa, pero en cualquier barbería que se precie son la herramienta principal.

La revolución llegó con la aparición de la maquinilla de afeitar que protege la hoja en 1895 y que cambiaría el aspecto del hombre para siempre: ahora se podría afeitar en cualquier sitio, sin ayuda y sin miedo a hacerse un corte en la cara. El producto se comenzó a comercializar y, aunque en 1903 sólo se vendieron 51 maquinillas, durante la I Guerra Mundial la armada americana compró 3,5 millones para sus soldados. El éxito era rotundo. Con su popularización se desarrolló además un mercado complementario totalmente necesario para el hombre: el de los productos para el afeitado. “La piel del hombre al ser más gruesa soporta la agresión del vello y del afeitado pero no deja de sensibilizarla y perjudicar su aspecto por eso es tan importante cuidarla y ayudarla a que esta agresión”, explica Montserrat Quirós. Aunque la experiencia del afeitado ya había cambiado para siempre, posteriores modernizaciones como la maquinilla desechable, la de dos y tres hojas o la eléctrica perfeccionaron el invento.

El desodorante corporal. Ocultar el olor corporal ha sido una constante tanto para hombres como para mujeres y su historia se remonta, otra vez, al antiguo Egipto donde ya trataban de hacerlo a través de ungüentos y perfumes. A nivel de tecnológico los desodorantes no avanzaron hasta el siglo XIX, cuando comenzaron a aparecer los primeros antitranspirantes de cloruro de zinc y, pocos años después, los de cloruro de aluminio. Aunque en un principio iban dirigidos a la mujer, en pocas décadas el hombre se perfiló como su principal usuario: ya no habría que tener miedo a los temidos cercos de sudor en la camisa.

En 1950 se produjo otro de los mayores avances: la aparición de los productos en aerosol. Su éxito fue tal que, en sólo dos décadas, ya copaban el 80% de ventas del mercado. Hoy en día algunas marcas como Axe han desarrollado el desodorante mucho más allá y lo han convertido en un spray corporal. Al contrario que el desodorante clásico puede utilizarse en todo el cuerpo e, incluso, sobre la ropa, ya que no deja manchas de ningún tipo.

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