Tumulto
Para desactivar a Podemos conviene respetar la natural corrosión del tiempo
Se percibe cierta ansiedad por desenmascarar a Podemos. Una urgencia excesiva, que el joven partido debería asumir como un elogio. A sus formas y discurso, conviene oponerles razones. Pero que algún periodista que braceó en la charca de la Transición los acuse de oler mal suena desmesurado. Igual que un telediario de Antena 3 estableciera correspondencia directa entre acudir al Parlamento con un bebé y ese mismo acto protagonizado por una diputada bolivariana en Venezuela, escamoteando al espectador escenas similares en otros Parlamentos más cercanos. También con el salario de Pablo Iglesias por trabajar en una televisión pagada por el Gobierno iraní se aplica un rasero desigual, porque si feo es contratar con una dictadura integrista, tampoco conviene aplaudir los negocios con China y las petrodictaduras árabes. Quizá quitarle la máscara a Podemos sea una prioridad porque en los otros partidos la máscara cayó hace tiempo.
Para desactivar a Podemos conviene respetar la natural corrosión del tiempo. La lucha política española no es, por suerte para nosotros, una cómoda merienda, sino abdominales en una cama de clavos. Rebajar las ínfulas de este joven partido y sus variantes regionales pasa por enfrentarse sin coartadas a la enorme densidad de la corrupción institucional, que solo en esta semana ha tenido dos muestras más que descorazonan. Los contratos falseados en la empresa estatal Acuamed, de nuevo el expolio de los recursos de todos, y el juicio por el asesinato de Isabel Carrasco, donde la raíz de un crimen parece nacer en la disponibilidad de un alto cargo para ofrecer trabajo público y escalada social o imponer su reverso, el despido y el ostracismo provincial.
Si de lo que se trata es de revertir un discurso puritano y radical que apunta hacia utopías intervencionistas, esas que cercenan las libertades gritando que las defienden, entonces conviene ser más inteligente y formativo. Proponer por ejemplo la lectura de Tumulto, una memoria escrita por Hans Magnus Enzensberger a través del desencanto revolucionario. La inteligencia del autor, su clarividencia y la emotiva deserción de los afanes dictatoriales en que cayeron movimientos que, apoyados en un ideal, se limitaron a conquistar el poder y perpetuarse en él servirán de guía perfecta para soñar sin dejarse narcotizar. Como Enzensberger dice en un poema conclusivo, todo fracasa por la gente. Porque después de prometerle a la gente unos magníficos planes, la gente prefiere irse a la peluquería. Entonces la gente se convierte en un estorbo y para cumplir los planes tan magníficos lo prioritario pasa a ser suprimir a la gente.
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