Madrid / Barcelona
La democracia directa puede ser buen complemento —si se organiza bien— de la representativa. Nunca su sustituta
La alcaldesa Carmena somete a la opinión de los madrileños la reforma de la plaza de España (y aledaños), soterrando incluso parte de la Gran Vía. ¿Es una buena idea?
Aparentemente, sí, consultar siempre es bueno. Pero a juzgar por lo que sucedió hace un lustro con el referéndum sobre el tranvía barcelonés, debería afinar para que el tiro de la democracia directa no le salga por la culata del caos y la confusión.
La gran diferencia a favor de la operación madrileña es que se trata, más que de un referéndum, de una consulta muy abierta. Así que versará sobre 18 cuestiones, cuyas respuestas se enhebrarán como directrices para redactar un plan: se busca más pulsar impresiones/opiniones que dirimir entre posibles decisiones.
Y no como en el caso del tranvía barcelonés que debía ligar las dos líneas a la periferia (la de Badalona y la del Baix Llobregat) por el tronco central de la entera Diagonal, y sobre la que se planteaban tres alternativas: en forma de rambla, de bulevar o nada de nada. Aquello acabó en fiasco, porque salió la tercera opción, con el 80% de votos y una participación del 12% de ciudadanos, que arrastraron al alcalde Hereu. (Y aún mucho peor fue la consulta de la alcaldesa Botella, que solo recibió 70 aportaciones).
Pese a la diferencia, la consulta de ahora comparte defectos con aquel referéndum. No fija un quorum mínimo de participantes para su validez e incluye la opción dubitativa: no hacer nada.
La opción de no hacer nada carece de sentido: para eso tampoco hace falta consultar, se deja tal cual. Indica inseguridad y es pasto de enmienda global al equipo consistorial convocante. Quienes le tengan inquina por cualquier otra causa que no sea la sometida a consulta disponen, votando inacción, de una óptima ocasión gratis para descabalgarlo o desprestigiarlo.
La democracia asamblearia acaba de mostrar sus disfunciones, en el caso CUP-Artur Mas. El recurso referendario plantea problemas de quorum y, pues, de descubrimiento de una verdadera mayoría. Amén de su fácil desnaturalización (en Barcelona hubo hasta ecologistas que para tumbar al alcalde militaron ¡contra el tranvía!). La democracia directa puede ser buen complemento —si se organiza bien— de la representativa. Nunca su sustituta.
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