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Columna
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El freno

Para empezar, las autoridades deben negarse a tratar como colegas traviesos a quienes sabotean nuestra democracia

Fernando Savater

No sé conducir (ni conducirme, dicen algunos). Pero sueño que voy al volante, con un instructor severo a mi lado. Ganamos velocidad peligrosamente, en una carretera que desciende haciendo curvas cerradas entre precipicios. Así que decido frenar. Al ir a pisar un pedal, el instructor dice que está bloqueado y no funciona. Los otros no harán más que acelerar la marcha, me advierte. Busco una palanca en la caja de cambios, un botón salvador en el salpicadero, pero mi guía me los desaconseja uno tras otro. Finalmente revela, con mueca afligida, que el coche no tiene frenos ni nunca los tuvo, que no queda más remedio que aguardar al batacazo inevitable o saltar en marcha. Entonces me despierto. Porque aunque no sé conducir, estoy seguro de que no se hacen coches sin frenos.

Ni tampoco constituciones. Ahora que tras múltiples avisos minimizados o desatendidos es evidente que en Cataluña un pintoresco grupo de forajidos pretende saquear la ciudadanía de sus compatriotas (eso sí, dentro de la legalidad... de la que se burlan desde hace un lustro), los menos adormilados preguntan por el freno constitucional a estos manejos. Aparecen expertos en desconfiar: el artículo 155 no puede aplicarse porque tal y cual, no es sedición porque falta el elemento tumultuario, el Tribunal Constitucional no debe imponer sino dialogar, etcétera... Puede que tengan razón, pero que no traten de convencernos de que no hay freno, de que hay que asumir lo que venga o bombardear Barcelona. Porque toda Constitución incluye freno de mano ejecutivo contra rufianes, nunca mejor dicho. Para empezar, las autoridades deben negarse a tratar como colegas traviesos a quienes sabotean nuestra democracia: lo que ha hecho bien el Rey, pero lo contrario del jijí-jajá en el Parlament del ministro de Interior y su adjunto militar.

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