La crisis que nunca existió
En esta campaña electoral parece como si los Gobiernos fuesen todopoderosos en la economía

Esta apasionante —y algo reiterativa— campaña electoral genera perplejidades. A tenor de los debates, la crisis financiera iniciada con la quiebra de Lehman Brothers en 2008 nunca existió.
No importa que haya sido la recesión más dura, socialmente lacerante e insidiosamente generadora de metástasis (de la banca a la caída del consumo, de la burbuja inmobiliaria a la banca, de esta a la deuda pública...), las más agudas en varias generaciones.
No importa. Parece que nunca hubiera existido. Parece que la evaporación de ¡más de siete puntos! del PIB (la constru inmobiliaria), lo que es un revés letal, hubiese sido obra del (por otra parte económicamente inhábil y complaciente) presidente Zapatero, esa falsedad. O que la reactivación (más que recuperación: aún no estamos ahí) sea obra de los gigantes populares, olvidando la recuperación europea y los bajos precios del petróleo y del euro.
Oyendo a los sorayos, parece como si todo se decidiese en la provincia-España y el mundo global fuese un sueño, como si los Gobiernos fuesen todopoderosos en la economía: influyen, sobre todo si es para mal, pero no mucho más. Lo curioso es que en eso, sus rivales, empezando por los socialistas, callan y otorgan.
También es curiosa la veloz rectificación del adanismo entre los emergentes Iglesias y Rivera: sostenían que la Transición fue un infierno. Y ahora, albricias, matizan, pero reputan aún de purgatorio a sus protagonistas bipartidistas.
Y hunde en la perplejidad el principialismo de Pedro Sánchez: la reforma laboral será lamentable por las razones por las que los tribunales la tumban (inseguridad jurídica ante la suspensión de la ultractividad) y porque generó más paro que empleo: pero menos por las razones corporativistas sindicales. Y otro tanto con el contrato único, se supone que dependerá de las indemnizaciones crecientes que incluya...
Pero lo peor es el populismo fiscal. Bajar impuestos porque sí aún a riesgo de no tener con qué financiar el Estado de bienestar es populismo: derechista, más que bolivariano, pero populismo al cabo. Otra cosa sería bajar la carga fiscal a las rentas bajas y medias y aumentarla sobre las altas, y sobre ese Impuesto de Sociedades chiclé, éxtasis de evasores y vergüenza de paganos.
De todo eso se habla poco. Y solo queda una semana.
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