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Por qué ningún reloj, por sofisticado que sea, dará nunca la hora exacta

La física y la relojería sirven en bandeja la excusa perfecta para los que siempre llegan tarde: "No he sido yo, es él"

Los suizos son esas personas que convirtieron el tiempo en un arte. Y no nos referimos a las predicciones meteorológicas que ocupan tanto o más tiempo (nunca mejor dicho) en los telediarios como el fútbol. Hablamos de proezas de microingeniería llamadas relojes que, desde hace décadas, muchísimas, esos maestros encerrados en valles y montañas rodeados de nieve se han dedicado a fabricar con mimo y dedicación envidiables, casi enfermiza. Su objetivo ha sido, y sigue siendo, crear relojes precisos, perfectos, exactos, bellos. Y, sobre todo, imprescindibles, necesarios. Al fin y al cabo ellos rigen la vida. Esos cachivaches nos despiertan, nos dejan caer a qué hora hay que ir al trabajo, cuándo hay que parar para comer, la siesta, la cita con el médico, con el novio/a, cuándo empieza la sesión de cine… "¿cuándo dices que echan el capítulo tres de la octava temporada?". Es el ritmo, el motor que mueve el mundo, que estimula a las personas. Pero, y aquí surge la gran duda, ¿son exactos? Por muchas complicaciones que tenga (ecuación del tiempo, tourbillones varios, carruseles, cronógrafo, calendario perpetuo) o innovaciones tecnológicas (titanio, espirales y volantes de silicio, magnesio, etcétera) la respuesta es: no. Nunca darán la hora exacta.

No nos preocupemos por la exactitud de nuestros relojes –ya sean de cuarzo o mecánicos– porque rara vez nos dirán el preciso instante que vivimos" Ernest Valls, director técnico de la revista MDT

¿Por qué? Paciencia, no se apuren, lean esto antes de tirar sus relojes a la basura, porque como afirma Ernest Valls, director técnico de la revista MDT (Máquinas del Tiempo), “no nos preocupemos por la exactitud de nuestros relojes –ya sean de cuarzo o mecánicos– porque rara vez nos dirán el preciso instante que vivimos, por lo que mejor disfrutemos de llevarlos y de las historias que atesoran por los momentos compartidos”. Dicho esto, habría que puntualizar dos aspectos que convierten los relojes en maravillosas armas imperfectas: uno se mueve en al ámbito de la física; el otro en el astronómico. El investigador del Instituto de Física Teórica IFT UAM-CSIC de Madrid, José Luis Fernández Barbón, es experto en lo primero, en la física: “En todo reloj hay dos aspectos teóricamente importantes: precisión (intervalo de tiempo entre tictacs consecutivos, que podemos llamar ‘pulsación’) y fidelidad (resistencia a errores, es decir, el reloj no pierde ni gana ningún tictac durante mucho tiempo). En las entrañas del reloj siempre hay algún componente interno que oscila de forma regular. La precisión es mayor cuanto mayor sea la frecuencia de este oscilador, mientras que la fidelidad está relacionada con la estabilidad del oscilador. Un reloj infinitamente fiel tendría dentro un móvil perpetuo. Lo más parecido a un móvil perpetuo en la naturaleza son los electrones dentro de los átomos, porque las leyes de la física nos dicen que todos los átomos son idénticos, y sus propiedades no cambian con el tiempo si no se les perturba desde fuera. Así que conseguir fidelidad implica basar el reloj en átomos, y aislarlos en lo posible.

"Esto explica que los relojes más fieles sean los atómicos, que teóricamente podrían correr por mil millones de años sin perder un segundo”, añade el físico. Alguien que persiga la exactitud plena en su reloj de pulsera debería plantearse hacerse con un atómico, pero esto sería algo costoso y, sobre todo, muy difícil de llevar en la muñeca por razones de (gran) tamaño. Aun así, si usted se hace con un guardatiempos atómico portátil, tampoco las tiene todas consigo. Habla José Luis Fernández Barbón: “En cuanto a la precisión máxima de un reloj atómico, está limitada por la velocidad a la que ocurren las cosas en el interior de un átomo. Así que la pulsación nunca puede ser menor que el tiempo que tarda la luz en cruzar un átomo (esto es la millonésima parte del grosor de un cabello humano) ¡a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo! Eso es un tictac bien pequeño… Pero si queremos algo aun más preciso, hay que usar un oscilador más rápido, como por ejemplo los procesos nucleares. El problema es el principio de incertidumbre de Heisenberg, según el cual manejar tiempos más pequeños cuesta una energía cada vez mayor. Y cuanto mayor la energía, más cuesta controlar la fidelidad. ¡Operar con un reloj nuclear es complicado por razones obvias!”. Como él mismo confiesa, “la ‘hora exacta’ no existe en un sentido estricto. Pero un reloj de pulsera está muy lejos de darla”. ¿Les ha dejado chafados la explicación aportada por la física? Pues echen un vistazo a las argumentaciones más relojeras y astronómicas, por así decirlo, las que tienen que ver con el tiempo solar verdadero (o aparente) y el tiempo establecido o tiempo solar medio (en el que nos movemos, el que marcan los relojes, el que rige nuestra vida diaria).

Y sí, son diferentes… De nuevo, lo sentimos. La duración de un día se basa en el intervalo de tiempo existente entre dos momentos consecutivos en los que el sol ocupa la misma posición en el cielo. A esto se llama mediodía y coincide con la posición más elevada del sol. Si la tierra solo se dedicara a ejercer el movimiento de rotación alrededor de sí misma, todo sería más fácil. Como detalla Jordi Colomé, miembro de la web Watch Test (una de las mejores de relojería en español), el sol tardaría exactamente 24 horas en aparecer en el punto más alto de nuestro firmamento. "Pero la traslación está ahí, al acecho, y es la culpable de que no podamos responder tan alegremente. ¿Por qué? Pues porque tenemos la mala suerte de que la órbita que la Tierra sigue alrededor del Sol no es circular, sino elíptica, haciendo que el intervalo de tiempo que sucede entre esas dos posiciones idénticas consecutivas no sea siempre el mismo ni que tenga un valor exacto de 24 horas, sino que sufre una desviación que depende de una de esas complicadas fórmulas que nada tienen que ver con una relación sencilla y lineal".

"Un reloj parado es exacto dos veces al día. Y uno en marcha solo lo será cuatro veces al año"

A grandes males, grandes remedios. Como resulta obvio que andar con días que no tienen exactamente la misma duración complica el asunto (aún teniéndola hay quien nunca llega cuando debe), para estandarizarlo se acordó que mejor no basar los horarios de los aviones y autobuses, la programación de la tele y todas esas cosas importantes de la vida, en el ‘tiempo solar verdadero (o aparente)’; y fue ahí donde apareció el ‘tiempo solar medio’, un señor mucho más estable que sí respetaba esas 24 horas por día, ni un segundo más ni uno menos. Ernest Valls es rotundo: “No son pocas las ocasiones que los ‘raritos’ de los relojes mecánicos nos hemos de defender frente al resto de mortales cuando estos nos dicen que su reloj de cuarzo –y más barato– es más exacto que nuestro bello guardatiempo –y más caro– de pausados latidos. La verdad… Nos da igual. Además, casi se puede decir que conocer con exactitud el instante en que estamos es mera ficción. Un reloj parado es exacto dos veces al día. Y uno en marcha solo lo será cuatro momentos al año: el 15 de abril, el 14 de junio, el 1 de septiembre y el 25 de diciembre, cuando coincide, aproximadamente, con los equinoccios y los solsticios. Lo primero es una broma. Esto último se debe a la ecuación del tiempo”.

¿Y qué es eso? Una complicación propia de la alta relojería (piezas caras, sublimes) que indica la diferencia entre el tiempo solar verdadero o aparente y el tiempo solar medio: “Para ello, en algún sitio de la esfera del reloj –cuenta Jordi Colomé– disponemos de una pequeña aguja que se va desplazando por una escala cuyos límites responden el primero al 3 de noviembre, cuando el tiempo solar medio va 16 minutos y 33 segundos por detrás del tiempo solar verdadero; y el segundo, a mediados de febrero, en el que la desviación tiene lugar con el signo contrario y es el tiempo verdadero el que va unos 14 minutos por detrás del tiempo solar medio. Para ser sincero y a pesar de la personal y gran admiración que como aficionado a la alta relojería siento por la ecuación del tiempo, tampoco con ella podríais responder con exactitud la incógnita, puesto que se trata de una indicación que informa de la desviación que un día determinado de nuestro calendario presenta respecto de la hora solar verdadera, pero no informa de la desviación instantánea”. No se pongan tristes, al menos tienen el consuelo de las cuatro veces al año. Porque, al fin y al cabo, ¿quién quiere un reloj para ver la hora? Y si lo que buscan es precisión enfermiza, sigan el consejo de Jordi Colomé: “Consigamos un reloj de sol, aunque no acaba de convencerme la idea de andar siempre con uno a cuestas”.

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