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Tentaciones
lo que hay que ver

Ciberactivismo 1, Inditex 0

Una petición de change.org ha conseguido que el imperio textil cambie sus maniquís. No es la única. ¿Sirven para algo las recogidas de firmas online?

Estos maniquís de Lefties han sido retirados. ¿El motivo? cientos de miles de personas han protestado porque muestran cuerpos poco realistas
Estos maniquís de Lefties han sido retirados. ¿El motivo? cientos de miles de personas han protestado porque muestran cuerpos poco realistas

Inditex, el grupo que acoge marcas como Lefties o Zara, es probablemente uno de los imperios textiles que más polémicas ha tenido que gestionar. Si a finales del año pasado el diseño sexista de unos bodies infantiles coincidía con la caída en bolsa de la marca de ropa, estas semanas la empresa fundada por Amancio Ortega volvió a ser criticada por la escuálida fisonomía de sus maniquíes “¿A cuánta gente le ha pasado alguna vez que ha visto unos vaqueros monísimos puestos en un maniquí anoréxico y luego, al probárselos, se han sentido frustrados con su propio físico?” denunciaba Anna Riera, de diecisiete años, en su petición vía Change.org para que Lefties retirase los maniquíes que enaltecían la anorexia. Con un apoyo superior a las 100.000 firmas, la pasada semana el grupo Inditex respondió a la petición, asegurando que las figuras serían sustituidas de forma inmediata, al no cumplir éstas con los estándares exigidos por la compañía. Si el debate estos días ha vuelto a girar en torno a la obsesión con la delgadez que imponen en sus probadores las grandes marcas, poco se ha hablado del impacto que el activismo online puede tener en un tangible 1.0.

Pero, ¿qué entendemos por ciberactivismo? Quizás los nombres que más se asocian a este término sean los de Anonymous y Julian Assange, dos activos que, si bien han hecho correr ríos de tinta con cada una de sus movimientos en red, no han conseguido más que dar visibilidad uno (Wikileaks) e invisibilidad otros (inhabilitación de sitios web) a sus cruzadas. Aunque los contrariados por este tipo de protesta digital utilizaron, en primera instancia, el mismo campo de batalla que sus contrincantes -de la revelación del perfil que Assange tenía en la página de contactos OkCupid, pasando por el bloqueo de redes al grupo anónimo-, la respuesta offline a muchas de sus acciones se tradujo en detenciones, asilos políticos en el extranjero, y acusaciones de violación. De este modo, la actividad en Internet de Assange y Anonymous es al activismo 2.0 el equivalente a quemar un container fuera de Matrix: ocupan portadas, no causan daños irreparables al enemigo que intentan combatir, y las posibilidades de acabar encausados no son pocas.

Si bien es cierto que la hipersensibilidad social y política de nuestros días no puede entenderse sin el impacto rutinario que ejercen las redes sociales, tampoco es menos certero que éstas son capaces de generar monstruos. “Un buen ejemplo de ello fue el juicio a Pussy Riot en Rusia. De repente, todo el mundo en la red era un experto en política y legislación rusas, y todo el mundo sabía qué estaba sucediendo, y quién tenía razón, y lo que iba a suceder. Pero en el instante en que terminó el juicio, el 99% de la gente dejó de hablar del tema y se acabó el twittering. Todos los expertos sobre Rusia habían cambiado ya de área de conocimiento, según parece”. Así analizaba en una entrevista Meredith Haff el apogeo de la concienciación exprés por parte de los cibernautas, coincidiendo con la promoción de Dejad de lloriquear, un panfleto donde la autora, entre otras cosas, diseccionaba la sustitución de las acciones -políticas o de cualquier otra naturaleza- por el like y el extinto fav.

Multitud de voces asociadas al activismo tradicional atribuyen el éxito de las redes sociales a una confusión entre, precisamente, lo social y lo común. Sin embargo, no puede desestimarse que han sido fundamentales para cumplir algunas de las pequeñas gestas con las que, volviendo a la casilla de salida, Change.org puede vanagloriarse. No, quizás Rajoy no dimitiera tras conseguir esta petición más de un millón de firmas, pero sí que la plataforma logró promover una ley contra el maltrato animal, la potenciación de bancos de libros de texto, o la posibilidad de que las personas ciegas pudieran ejercer como jueces. Estas muestras de ciberactivismo útil quizás acaben por delimitar la ambición de los iMilitantes a una envergadura municipalista, pero no pueden desmerecerse si toda una multinacional se echa a temblar sin tener ningún piquete canónico a sus puertas; si, para montar una barricada, basta con una buena conexión wifi.

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