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Tribuna
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Volver al mundo

Gobierne quien gobierne tras el 20-D, deberá estudiar cómo contribuir a la propia seguridad de España y, a la vez, ser un socio valioso para sus vecinos de Europa, con quienes nos une un destino común y unos valores que queremos preservar

EDUARDO ESTRADA

Si las encuestas no se equivocan, nos adentramos en terra incognita. Pero gobierne quien gobierne después del 20-D, España deberá volver al mundo. Para hacerlo deberá primero superar tres obstáculos que han lastrado su proyección internacional. El primero es nuestra ausencia de los grandes foros internacionales. Pese a la internacionalización de su economía, el carácter global de su lengua o su posición geográfica a caballo entre América, Europa y el norte de África, ni España acoge ningún foro internacional relevante ni hay suficientes españoles en los foros o instituciones más importantes donde se debaten las ideas y se construyen las redes sobre las que se asienta la influencia de un país. Reforzar esa presencia es una tarea de todos: del Gobierno, oposición, empresas, medios de comunicación y sociedad civil. Sin ella, España será irrelevante en las decisiones que afectan a su futuro.

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El segundo lastre tiene que ver con la calidad de sus instrumentos de acción exterior, que antes de la crisis experimentaron procesos de crecimiento acelerado y sin mucho criterio para luego sufrir un proceso de recortes que ha dejado maltrecha nuestra capacidad de acción exterior. Destaca la burbuja armamentística, tan escandalosa como inadvertida por la ciudadanía, responsable de un reguero de deudas cuya satisfacción ha requerido enormes sacrificios presupuestarios en tiempos de crisis y que por ende ha dejado a nuestras Fuerzas Armadas en unos preocupantes niveles de operatividad. Pero tampoco le van a la zaga los excesos de la cooperación al desarrollo en tiempos de bonanza, ahora convertidos en escasez crónica de recursos esenciales para construir un mundo más justo. Aquí como en tantos otros sectores, el espacio para las reformas y la sostenibilidad a largo plazo ha desaparecido bajo el péndulo que va de la burbuja sin control al recorte sin criterio. Ese tridente de acción exterior que forman la cooperación, la diplomacia y las políticas de paz y seguridad tiene que ser recompuesto para que sirva a los intereses de nuestro país.

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El tercer elemento tiene que ver con la baja calidad de nuestro debate público sobre cuestiones internacionales. Como en otros ámbitos de nuestra vida pública, aquí también la polarización y los clichés sustituyen con demasiada frecuencia al intercambio de argumentos y datos. Es difícil no sentir envidia ante los debates habidos estos días en Reino Unido y Alemania sobre cómo actuar en reacción a los atentados de París: dos países con culturas de seguridad radicalmente distintas han mostrado un mismo aprecio por el rigor y la calidad del debate público.

La cooperación, la diplomacia y las políticas de paz y seguridad tienen que ser recompuestas

Sin esos tres elementos (presencia internacional, instrumentos eficaces y debate de calidad) los españoles seguiremos haciendo eso que tan bien se nos da desde siempre: debatir apasionadamente entre nosotros mismos, de espaldas al mundo y sin ninguna posibilidad de incidencia real sobre los problemas que nos afectan.

Dos problemas marcarán nuestro futuro más inmediato. El primero es la cuestión europea. El proyecto europeo, digámoslo sin tapujos, está gripado. Su exasperante lentitud decisoria y la falta de instrumentos para actuar van a suponer una década perdida en términos de crecimiento y empleo para España. Europa entra en su octavo año de crisis sin haber resuelto Grecia y sin haber completado la unión económica y monetaria con los instrumentos de gobernanza económica y fiscal necesarios. La legitimidad de la Unión Europea pende casi exclusivamente de su eficacia. Si Europa no crece y no crea empleo no generará legitimidad entre la ciudadanía para sostener la integración política: al contrario, generará desafección, y con ello veremos aumentar más el nacionalismo, el populismo y la xenofobia, con la vuelta a las fronteras y a los egoísmos nacionales, como ya estamos viendo a raíz de la crisis de refugio y asilo. España, más pendiente de salvar el día a día que de mirar hacia el futuro, ha estado ausente del debate europeo o ha dejado que lo lideren otros, siendo difícil distinguir su impronta en los diseños que se han puesto encima de la mesa. Toca ahora volver a impulsar el proceso de integración, forjar las coaliciones necesarias y liderar la transformación de Europa para que sirva a las necesidades de España: de lo contrario, la ciudadanía dará la espalda al proyecto europeo.

Los problemas de arquitectura institucional y legitimidad política que experimenta la UE son, con todo, las ramas que no nos dejan ver el bosque, un bosque en el que siguen presentes enormes retos, desde el demográfico, al energético o la revolución digital, una nueva revolución industrial que está transformando el mundo y las relaciones de poder entre Estados y que a Europa se le está escapando entre los dedos por culpa de su fragmentación económica y su miopía política. El desfase entre los tiempos de la integración europea a 28 miembros y el ritmo de los cambios y necesidades económicos y tecnológicos sitúa a Europa en riesgo de entrar en un declive prolongado.

El desafío del terrorismo yihadista va a requerir estrategias que integren incluso la cuestión militar

El segundo problema que vamos a enfrentar tiene que ver con nuestra seguridad exterior. La amable burbuja de seguridad dentro de la que el proyecto de integración europeo se ha desenvuelto durante décadas ya no está ahí. Finalizada la Guerra Fría pensamos que la retirada del paraguas estadounidense no requeriría la creación de una capacidad de defensa específicamente europea. Al contrario, la combinación del proceso de ampliación de la UE hacia el este de Europa con la modernización económica tanto de nuestra vecindad oriental como del norte de África generó un colchón de prosperidad que nos hizo pensar en la Europa de la seguridad y defensa más como una reliquia de la guerra fría que como una necesidad ineludible.

España, pese a su europeísmo, no ha sido ajena a este proceso de despreocupación por las cuestiones de seguridad y defensa, a lo que se ha añadido una crisis económica que las ha situado en segundo plano. Pero el espejo de la posguerra fría y el multilateralismo eficaz se ha roto. Nos guste o no, aunque Europa haya logrado la paz y esté en paz consigo misma, no va a vivir en paz. Porque el desafío que plantea el terrorismo yihadista va a requerir estrategias que integren todos los medios disponibles, incluido, en una u otra medida, el militar. Y lo va a requerir durante un tiempo prolongado y con apoyo de la sociedad. Dada su cultura de seguridad, no es probable que España esté en la primera línea; por eso precisamente deberá estudiar cómo contribuir a su propia seguridad y, a la vez, ser un socio valioso para sus vecinos, con quienes nos une un destino común y unos valores que queremos preservar. Volver al mundo no es una cuestión de orgullo, sino de responsabilidad en un momento extremadamente difícil para Europa.

José Ignacio Torreblanca es profesor en la UNED y director de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR).

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