La coqueta se acicala para el Papa
Escribe desde Bangui María José Agejas, responsable de medios de Oxfam en República Centroafricana
Los niños son los más afectados por enfermedades como el cólera o las diarreas, relacionadas con la falta de agua e higiene. Reunión de formación en Bangui. Imagen: María José Agejas/Oxfam
La coqueta se lava, se pinta y se arregla. Espera al Papa. Parece ser lo más relevante que le ha pasado en su tormentosa historia reciente. Desde luego lo más agradable, aunque también podría acabar siendo todo lo contrario. ¿Estará todo a la altura de tan ilustre visitante?
“La Coquette”. Así llamaban a Bangui cuando realmente lo era: antes de que barrios enteros fueran literalmente borrados del mapa por la violencia. Antes de que el miedo se hiciera fuerte en los ojos de hombres y mujeres. Antes de que los descampados se llenaran de miles de personas que permanecerán allí sólo hasta la próxima espantada, cuando un nuevo ataque, un linchamiento, una revancha, les obligue a cambiar una vez más de lugar.
El conflicto en República Centroafricana, donde el Papa tiene previsto permanecer 26 horas, tiene muchos padres, todos ilegítimos: la desigualdad entre regiones, el abuso de poder, la injerencia extranjera, el nepotismo o la lucha por los lucrativos recursos naturales (diamantes, oro, maderas preciosas…). Últimamente el factor religioso se ha superpuesto a todos los anteriores, porque así lo han querido líderes políticos y militares de uno y otro bando. Finalmente, ante el mundo (quizá decir “el mundo” peque de pretencioso ante esta crisis olvidada) todo ha quedado simplificado, una vez más, como una guerra entre cristianos y musulmanes. Así es más fácil para los titulares y para los periodistas que no quieren o no pueden rascar y escarbar en algo que no es “sexy” ni para sus jefes ni para sus audiencias.
La visita del Papa ha estado en el alero durante semanas, porque cuando ya estaba planeada, a finales de septiembre, una nueva oleada de violencia sacudió al país, volvió a expulsar de sus casas a decenas de miles de personas y costó la vida de al menos un centenar. Otra vez, como ocurrió en 2013 y 2014, renacieron las revanchas intercomunitarias, alimentadas por los rumores y las malas mañas que se expanden como la peste entre una ciudadanía que no ha podido recibir la educación que merece y a la que tiene derecho. Francia, antigua metrópoli y aun piedra angular en este país, le pidió al Papa que no viniera, pero parece que nos ha salido un papa cabezón, empecinado, y quiere venir contra viento y marea.
Su programa incluye la visita a la Gran Mezquita de Bangui. Curiosamente, en un país hecho trizas con la excusa religiosa, el arzobispo católico, Dieudonné Nzapalainga, y el imán de la Gran Mezquita, Kobine Layama (reconocidos entre otros con el premio de derechos humanos de la ONU) llevan años formando una piña, y gritando a quien quiera escucharles que la religión no puede amparar el odio y la crueldad. El Papa quiere reforzar ese mensaje.
La coqueta está más relajada de lo habitual en estos días de espera. Sabe que, aunque sea por unos instantes, los focos se fijarán en ella. Dicen los que entienden que nadie quiere aparecer ante el mundo como responsable de un desaguisado. Por una vez se impone la cordura. Ojalá que sirva de precedente.
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