Olivier Martinez: "Sigo como el viento, sin saber dónde voy a terminar"
El actor francés, inmerso en un proceso de divorcio con Halle Berry, prefiere ser padre a conquistador Es imagen del perfume L'Homme de Yves Saint Laurent
Olivier habla un inglés raro. Su español, con el que se enzarza en esta animada conversación en un calurosísimo día del otoño angelino, tampoco es del todo llano. Y el porqué de ese acento explicaría también muchos aspectos más de su vida: este hombre apellidado Martinez y nacido un 12 de enero de 1966 es francés, rotundamente francés, inevitablemente francés, seductoramente francés. Y si la francesa es una cultura de peros, en la que nada es solamente una cosa sino sobre todo la contraria, Olivier Martinez es un actor de Hollywood, pero a la vez es imagen de L’Homme, la fragancia para hombres de la casa gala Yves Saint Laurent a la que pone rostro y cuerpo desde hace casi una década.
Le pillo cuando está posando en la sesión fotográfica para ICON en los estudios Smashbox de Los Ángeles. Aunque se le presuponga acostumbrado a vivir de la imagen, a posar con lo que le echen, el actor lo tiene muy claro: él es un tipo de vaqueros, camiseta y cazadora. Y así ha querido hacérselo saber a nuestra estilista, que intenta complacerlo. El tópico conjura esa imagen que transmite cada uno de sus 178 centímetros: de conquistador, de rompecorazones, de contar con una mujer en cada puerto. La última, Halle Berry, con la que ha estado casado dos años (anunció su separación el 27 de octubre) y ha tenido su único hijo, Maceo Robert Martinez. ¿Cómo hace para adaptarse a Los Ángeles, esta ciudad de diablos y absolutos? “Me hace gracia, porque aquí me siento muy europeo”, afirma. “Todos somos un poquito de todo en Los Ángeles. En Francia me siento muy francés. Ni siquiera eso, me siento parisino”, redobla. “Y sí, es mi mejor excusa. Por algo es el país de la diplomacia. Ser francés me resulta muy práctico para zafarme de las preguntas complicadas”.
Nunca fui un conquistador. La gente confunde los papeles. Como mucho me reconozco en lo de conquistador en el sentido en que lo usáis en España: para hablar de los que hicieron las Américas”
Él sabe de preguntas porque lleva años respondiéndolas. Cosas de ser actor y todo-lo-demás. No tanto de ser Martinez, que conlleva otras obligaciones. Su padre, campeón de boxeo, dejó el protectorado español marroquí en el que nació y se fue a París buscando una carrera. Lo que tuvo fue un hijo. Uno que se llamaría Olivier y sería mecánico. “Es la broma de la familia. Todos los Martinez lo son menos yo”, explica en su personal castellano. Creció entre motos, aceite y garajes, los que regentaban su padre, sus tíos, sus primos… “Mi papá nunca permitió que me manchara las manos porque a él nunca le gustó ser mecánico”, prosigue. Robert Martinez habría preferido que su hijo fuera boxeador. Hubo un tiempo en que Olivier también lo creyó así, hasta que un accidente le cambió el rumbo. “Empezaron a decirme que con la cara que tenía iba a hacer cine. ¡Y toma!”, se ríe. “Mi familia está encantada con que sea actor. Nadie se esperaba algo así”. En 1993, recién graduado del Conservatorio Nacional Superior de Arte Dramático de París, fue coronado con el César francés al actor promesa. ¿Siente que ha cumplido esa promesa? “Estoy más tranquilo que hace 25 años”. Y se encoge de hombros. La tranquilidad es una forma de éxito, al fin y al cabo.
Todo empezó con El húsar en el tejado (1995) y La camarera del Titanic (1997). “Arranqué fuerte en Francia, pero me fui rápido. A mí no me ponen casa. Quise salir por ahí un poquito”, añade. A pesar de contar con tarjetas de visita como Antes que anochezca (2000) e Infiel (2002), su estancia en EE UU no ha sido especialmenet prolífica. Al menos, en lo profesional. “Recientemente estuve a punto de hacer una película con Catherine Zeta Jones, pero se cayó. Es así siempre. No hay mucho trabajo para los extranjeros”, justifica. Se vuelve a encoger de hombros mientras se pasa la mano por el rostro. El trabajo no le quita el sueño. De hecho, lo único que le gustaría es algo más simple, “una vida más normal”. Tal vez una en la que lo que es y hace se enumere, por orden de relevancia, así: “Yo soy papá, soy Olivier, soy un motero y, además, soy actor”, resume.
Eso sí, para ser tan francés, para atrincherarse más que Astérix en su aldea gala, no hace más que renegar de los tópicos de su tierra. Por ejemplo, en cuestión de perfumes. “No soy ningún experto en fragancias. Está claro que ahí me sale el lado español”, se escurre con ibérica cara pícara, apelando a su sangre paterna. O en la cocina, otro campo donde, como buen europeo, se siente el rey. Le va la mezcla, cómo no, y enseguida reconoce que se pirra por los platos de su abuela, “una combinación de África y España”.
A pesar de recordar inevitablemente en cada frase y en cada gesto de dónde viene, su sitio está en Los Ángeles, donde empezó a cultivar esa imagen de magnético objeto de deseo, de chuleta. Olivier es conocido por sus amoríos con Juliette Binoche, Mira Sorvino, Angelina Jolie, Rosie Huntington-Whiteley, Kylie Minogue, Elsa Pataky y Halle Berry. Esta última, de la que acaba de divorciarse, es con quien dejó de lado la faceta de conquistador y abrazó sin ambages la de padrazo. Donde está su hijo, allí está Olivier, el superpadre.
Lo pide antes de comenzar la entrevista. Que le deje bien, que no abuse del estereotipo de conquistador. Que no se mencione demasiado lo de modelo. Todos somos el fruto de nuestras contradicciones y él, en concreto su vida, no es más que un cúmulo de malentendidos y de peros. “De malentendidos y de equívocos. Del azar. O del destino. ¡Yo qué sé! Lo que sé es que no conozco el final”, se enfurruña. Sale de ahí con una sonrisa, mientras se lía un cigarrillo marca American Spirit. Podría ser un Gauloise. Pero no.
Una cosa está clara con mi familia: cada generación muere en un país diferente al que nace. Y aquí me tienes, en Los Ángeles”
El primer malentendido lo heredó de su abuelo: cuando el patriarca se equivocó de barco. Es una anécdota que le encanta contar. “Buscaba uno que le llevara de Andalucía a América, pero como no sabía leer, lo cogió a Marruecos”, cuenta. Después de tanto hablar de su origen francés, Martinez informa de que su nacionalidad fue fortuita. “Una cosa está clara con mi familia: cada generación muere en un país diferente al que nace. Y aquí me tienes, en Los Ángeles. Con nosotros nada es normal”.
Tiene que regresar al plató para unas últimas fotos. Le tienta echarse una partidita al ping-pong en una mesa que hay en medio del estudio, pero el deber le llama. También querría tomarse un café y, de hecho, lo insinúa, pero no lo exige. Y no lo consigue. Aunque no es lo que él dice “un especialista” en perfumes, le gusta la relación que le une a Yves Saint Laurent. “Soy modelo, como todos los actores famosos. Viene una marca y te representa. Pero yo llevo con la misma desde siempre, y eso está muy bien. No quiero cambiar. A menos que se cansen de mí, claro”, añade. “Sus fragancias están superbién”, remata.
A ratos, Olivier parece casi un tipo normal, uno que pugna por imponerse a ese otro que se ha hecho famoso en Estados Unidos por meterse en broncas: liarse a puñetazos con el ex de Berry, con el primer paparazzo que se le pone a tiro… Cuando se le recuerda todo esto se le atraganta el español. “Por mis hijos iría hasta la muerte”, se arranca. “En mi casa, un hombre es un ser bravo que protege a su familia y hace lo que puede para que todo esté bien. Pero es un tema difícil de explicar”, resopla. Se le nota que está perdiendo la paciencia, que no la calma.
Habla de proteger a los suyos hasta la muerte, pero porque quiere estar con ellos hasta el final de sus días, no porque piense arremeter contra nadie, algo de lo que acusan con frecuencia a este toro bravo. Resopla, frustrado ante esta pulsión tan masculina como difícil de explicar. Lo ha intentado muchas veces y sigue sin entender el poco respeto de la prensa del corazón ya no con él, sino con quienes le rodean. “Mis niños no han elegido ser famosos”, gruñe, liándose otro cigarrillo.
La expresividad de Olivier Martinez es tan reconocible como el hexágono de acero de L’Homme de Yves Saint Laurent. Por eso, es el embajador de esta fragancia con carácter que se abre con sorprendentes notas de ozono y hoja de violeta para dejar paso a la calidez del vetiver y del haba tonka.
En Francia su vida sería más fácil. Al menos en lo que a los paparazzi se refiere. La legislación es diferente. Intentó incluso marcharse ahí con Berry, pero la custodia de la hija de la actriz con una pareja anterior les mantuvo en California. En esta jaula de oro. Donde un águila se posa en su jardín para beber en su piscina, donde los coyotes merodean por sus arbustos y donde un puma se cuela en su propiedad. “Aquí sobrevivo. Lo hago porque tengo a mis niños”. Lo dice con el tono del seducido, para nada con el de seductor, del Brad Pitt francés, como le bautizó la prensa a su llegada a Estados Unidos. Claro que Brad Pitt también es ahora un padrazo. “Nunca fui un conquistador, pero ya me he acostumbrado a que la gente confunda los papeles”, aclara. “Como mucho te reconozco lo de conquistador en el sentido en el que lo usáis en España: para hablar de los que hicieron las Américas. Lo mío ha sido el azar total. Sigo como el viento, sin saber dónde voy a terminar”.
Realización Ángela Esteban Librero. Maquillaje y peluquería: David Cox (Art Department). Producción: Elaine Browne.Iluminación: Johnny Tergo, Andy Lei y Kristi Neilson. Técnico digital: Johnny Talay (With-Technology).
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