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MIRADOR
Columna
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Medallas

Que se desempolven y se hagan públicos los honores y las medallas que por millares se dieron durante el franquismo a los gerifaltes de la dictadura junto con los nombres de los que los concedieron

Julio Llamazares

Por una vez voy a estar de acuerdo con esa derecha que se resiste a purgar nuestra historia reciente con el argumento de que ya es pasado y de que el pasado no le interesa a nadie, ni siquiera a los historiadores, les falta decir, como acaba de demostrar una vez más en el Ayuntamiento de la localidad madrileña de Aranjuez, donde se abstuvo en la votación para que se le quitara a Franco la medalla de oro de la ciudad, que se le concedió como en tantos sitios de España cuando vivía. Dado que la historia hay que juzgarla, según se dice, desde la perspectiva del tiempo en el que se produjeron los acontecimientos, el fotoshop retroactivo sería una traición a ella, además de una oportunidad para que algunos se laven las manos y la conciencia. Hay que apechar con las decisiones públicas del mismo modo en el que hemos de hacerlo en nuestra vida particular.

Así que comparto plenamente esa decisión, si bien mi acuerdo con la derecha tenga una motivación distinta: y es que, en efecto, yo también pienso que hay que dejar las cosas tal como están, pero no por hacer tabla rasa con nuestra historia, sino para vergüenza de sus protagonistas. Es más, mi propuesta es que, en vez de retirar los honores y las medallas que por millares se dieron durante el franquismo a los gerifaltes de la dictadura, se desempolven y se hagan públicos junto con los nombres de los que los concedieron, para oprobio de los que aún vivan, que los habrá.

Pero lo que digo de la dictadura vale también para nuestra democracia. En lugar de retirar, como se está haciendo, los doctorados honoris causa concedidos alegremente por la Universidad a personajes de los que luego quiere apartarse (pongo solo cuatro ejemplos: Mario Conde, Gerardo Díaz-Ferrán, Rodrigo Rato y Jordi Pujol), los mantendría para vergüenza de sus patrocinadores, y lo mismo haría con todas esas medallas, concesiones de títulos de hijos predilectos, otorgamiento de calles y demás pompas (aquí, solo dos ejemplos: Isabel Pantoja, medalla de oro de Andalucía, y la atleta y senadora del Partido Popular Marta Domínguez, cuya estatua erigida en su Palencia natal corre peligro serio desde hace días, desde que se conoció su condena por dopaje) que continuamente se otorgan por las instituciones a personajes que con el tiempo se demuestran merecedores de cualquier cosa menos de ellos. Así se lo pensarían antes de darlos con tanta prodigalidad y así este país sería un país normal en vez del rastro vallinclanesco, lleno de chatarra falsa, en el que la vanidad de los españoles lo hemos convertido ignorando aquella frase de Julio Camba, tan acertada: todas las pompas son fúnebres.

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