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La última frontera del ‘show’

Una colaboración entre Mayumana y el Circo del Sol, 'Sama sama' ha elegido Madrid para su estreno mundial este jueves Ha costado 10 millones de euros y lo vertebran 235 kilómetros de cable, más que un concierto de U2 y los Rolling Stones juntos. Nos enrolamos en el ‘backstage’

Foto: Fede Serra / Vídeo: Álvaro de la Rúa

Durante los últimos meses, las vallas publicitarias de Madrid se han llenado de carteles que anuncian: “Sama-Sama. Nunca has vivido algo así”. La información publicada en la Red es difusa; las imágenes compartidas en Instagram, crípticas. A los propios organizadores les cuesta explicar en qué consiste este espectáculo, un cóctel que mezcla elementos de un parque de atracciones con luces de discoteca, músicas del mundo y actuaciones de danza y percusión. “Preferimos llamarlo experiencia en lugar de show. No es solo un evento interactivo; durante dos años, gracias a un increíble equipo creativo y tecnológico, hemos creado un proyecto compuesto de muchas capas distintas”. Habla Roy Ofer, cofundador del grupo artístico Mayumana y director ejecutivo de Sama-Sama, que ha contado con el Circo del Sol como socio para sacar adelante su apuesta. Él es el padre de esta función que aspira a acoger a 2.000 personas en cada pase y ha costado 10 millones de euros. Ha elegido Madrid como sede para su estreno mundial el próximo 19 de noviembre. “Es el proyecto más complejo del que he oído hablar. La idea es que el público se encuentre con elementos de juego, de espectáculo y de parque temático, y que participar en ellos le resulte un proceso natural”. El recinto seleccionado es el pabellón multiusos Madrid Arena. Este reabrió sus puertas el pasado agosto con un partido de baloncesto entre la selección española y la de Macedonia, tres años después de la tragedia en la que fallecieron cinco adolescentes. Dentro de la nave de 7.023 metros cuadrados, en apenas tres semanas –más otras tres de ensayos–, su equipo ha puesto en común por primera vez todos los elementos del show, diseñados por separado en Tel Aviv y Los Ángeles.

De las capas que menciona Roy Ofer, el núcleo son 10 estaciones musicales diseminadas por el recinto, con una capacidad media de 40 personas cada una. Algunas son reconocibles a simple vista –un coro de dos filas de tambores electrónicos o una enorme pared compuesta por 43 cubos luminosos en los que los participantes bailan y son observados desde el suelo–. Otras resultan totalmente incomprensibles si el visitante no recibe una explicación, como una estructura circular cubierta por lo que parecen tuberías de colores dispuestas verticalmente, que serán también usadas como instrumentos. Cada una de las atracciones puede llegar a costar 350.000 euros, pero solas no valen nada. Necesitan la segunda piel, la música, una banda sonora original que suena en todo el recinto a través del sistema principal de sonido. Simultáneamente, cada puesto individual –cada tambor, cada cubo de baile– cuenta con pequeños altavoces que emiten la melodía producida por el participante. Una locura de 460 amplificadores en total. Los bailarines dividen con sus números las tres horas que dura el espectáculo. Y a su vez 30 ayudantes gestionan las colas de las atracciones y guían al público de una zona a otra.

En un pasillo del primer piso, reciclado en zona de montaje, la música de los dibujos animados Comando G ameniza a un puñado de operarios que despliegan una especie de lianas luminosas de 20 metros de largo. Trabajan al lado de la zona vip del recinto, la única sala del set que da a la calle, donde la empresa de catering ha montado el comedor. Aquí almuerza todo el mundo: obreros, artistas, community managers y directivos. César, músico en paro y runner –chico de los recados –, asegura: “Se nota que aquí tienen pasta. Te mandan a por algo y te dan 500 ­euros. Y en otros montajes no dan de comer a todo el mundo”. Él es un eslabón más en la cadena de 200 personas –escenógrafos, electricistas, obreros, técnicos de luz y sonido– que en octubre pasaron 20 días, y muchas de sus noches, en el Madrid Arena. Con 235 kilómetros de cable, casi 118.000 kilos de piezas y tres años de preparación detrás, este evento ha cobrado forma a golpe de martillo y grúa. La organización aspira a recibir más de medio millón de visitantes hasta junio de 2016. Después, aunque todavía no hay nada firmado, tienen la intención de seguir por Europa y Asia.

En tres semanas se han ensamblado por primera vez los 118.000 kilos de piezas que componen el parque, diseñadas por separado en

Los pitidos de las máquinas y las conversaciones en inglés y hebreo se mezclan con los gritos en español de los trabajadores. Llama la atención una estructura vertical, colocada en el centro del recinto, cuyos pilares metálicos se alzan a 15 metros de altura. Por debajo están rodeados de una plataforma blanca de unos seis metros de diámetro, y a su alrededor cuelgan unas gigantescas cortinas metálicas surcadas por tubos blancos de luz que en total contienen 42.000 pequeñas bombillas led y que los operarios han tardado 10 días en levantar. El prototipo de esta extraña estructura se llama womb, útero en inglés. En España han optado por traducirlo como corazón. El nombre cobra sentido por la noche, cuando comienzan las pruebas técnicas. Las lianas luminosas brillan al ritmo de la música, conectando el corazón con el resto de las atracciones. En ese instante, la plataforma blanca se llena de mosaicos de colores, ráfagas brillantes e imágenes acuáticas que reaccionan a las pisadas de quien se mueve por ella. “Funciona mediante rayos infrarrojos que detectan el movimiento”, indica sonriente el mánager de gira, Avishay Giladie, mientras coordina a los operarios.

Sama-Sama es el proyecto más ambicioso al que se ha enfrentado su director. Durante 15 años, Roy Ofer codirigió el grupo de canto, danza y percusión Mayumana, conocido por interactuar con el público en sus representaciones. A partir de esa troupe comenzó a formarse lo que luego se convertiría en el núcleo creativo de Sama-Sama. Los preparativos comenzaron en 2012, con algunas atracciones básicas en las que el público tocaba percusión. Vendieron 50.000 entradas en un mes. “A partir de ahí me quedó claro que tenía que dejar todo lo que estaba haciendo para dar vida a esta criatura”, explica Ofer. El equipo embrionario financió el plan de su bolsillo durante un año y medio, hasta que en 2013 un inversor del Circo del Sol de visita en Israel se interesó por el proyecto. “Nos parece una forma distinta de llegar a la gente; por eso invertimos”, resume Gabriel Pinkstone, directora de proyectos especiales del gigante circense. Enfundada en su casco reglamentario, ha vigilado de cerca el ensamblaje. La organización no quiere desvelar el porcentaje que aportó el Circo de los 10 millones totales, pero de la unión floreció algo más que el dinero. Pinkstone, junto con otros altos cargos del Circo, voló a Tel Aviv en 2014 para integrarse en el equipo y dar una vuelta al proyecto. De la mano de los canadienses llegaron nuevos nombres como el de Pamela Schneider, una joven artista audiovisual que ha ideado una sala de grabación de croma, con las paredes pintadas de verde para facilitar la inserción de un fondo distinto con un ordenador. El ­público debe ser grabado bailando y es proyectado al minuto en un videoclip coral de 280 metros cuadrados en la sala principal. Pinkstone puntualiza: “No hay acrobacias en este espectáculo. Es importante remarcarlo porque la gente se confunde cuando oye el nombre del Cirque du Soleil”.

¿Por qué han elegido Madrid para su estreno mundial? El equipo de Mayumana ya designó a Cartagena en 2012 como punto de partida para su gira Racconto. Roy Ofer es muy aficionado a visitar España siempre que puede y considera que los madrileños poseen el entusiasmo necesario como para acoger bien un espectáculo que requiere tanta participación. Además, las condiciones del contrato con el Ayuntamiento son favorables a la compañía: de alquiler pagarán el 10% de sus beneficios. Mientras, la sombra de la tragedia ocurrida en 2012 se resiste a desaparecer de la memoria colectiva. La alcaldía quiere disipar cualquier temor asegurando que el pabellón cumple con todas las medidas de seguridad necesarias y que se respetará el aforo máximo establecido. Este se marca entre las 8.000 y las 10.250 personas, dependiendo del tipo de evento.

Matthew Jessner (primero a la derecha), es director de actuación. En la imagen, con algunos d elos bailarines y percusionistas.
Matthew Jessner (primero a la derecha), es director de actuación. En la imagen, con algunos d elos bailarines y percusionistas.Fede Serra

Si uno se adentra por los corredores del edificio, el tronar de los tambores terminará guiándolo a la sala de ensayo de los bailarines. Huele a sudor en el oasis de los 18 artistas que hilarán la historia para el público. Fibrosos y atléticos, sus edades oscilan entre los 24 y los 38 años. No todos responden al estereotipo espigado; destacan entre sus compañeros mujeres con curvas y hombres de corta estatura. Su líder es el marfileño Aka Jean-Claude Thimele, salido de la familia de Mayumana, que los dirigirá durante el espectáculo. Mientras “los chicos” estiran, Thimele pone reggae de su compatriota Tiken Jah Fakoly. Redouan Senhaji, un joven de barba pelirroja, se mueve de forma enérgica. Domina los pasos. Coreógrafo profesional, marroquí formado en Francia y actualmente afincado en Málaga, es uno de los 14 bailarines principales de Sama-Sama. Los otros cuatro son suplentes, covers en su jerga. No saben cuánto tiempo se quedarán. “Yo estoy viviendo en casa de una amiga”, explica uno de ellos, Ernesto Medina, de Jaén. “Por ahora solo tengo un mes de contrato. El casting fue en julio. Me enteré por Facebook”. David Vega, actor madrileño, trabajó en hospitales con niños enfermos como proyecto de fin de carrera. “Este espectáculo es lo mismo: tú no le enseñas al público un cuadro que has pintado, sino que pintas el cuadro con él”. Sentada a su lado, su colega Elena Gonzales-Aurioles añade: “Estos días no paramos de ensayar el número final, en el que tocamos los tambores sobre las plataformas”. Le preocupa dar un paso en falso; las estructuras están a un par de metros del suelo. Y aclara: “Aquí nada está improvisado”.

En el túnel de carga se observa a un grupo de escenógrafos dando martillazos a un arco de madera, a través del cual accederá luego el público al recinto central. Al mando está ­Keith Greco, el jefe de escenografía, cuya empresa ha trabajado para el festival californiano de Coachella y diseñado múltiples eventos especiales para Disney, Paramount y el Circo del Sol. Casi todas las atracciones fueron proyectadas y construidas en su estudio de Los Ángeles y transportadas a España por mar. “Este no es un trabajo normal de tramoyista. Todo está muy integrado con los sistemas de luz y sonido. Aquí dentro hay más cables que en un concierto de U2 y los Rolling Stones juntos”, asegura. El reto tecnológico de sus diseños es enorme. Cada jugador que entre a una atracción producirá una melodía o un ritmo diferenciado; en realidad, variaciones sobre una misma base de fondo que ha sido generada de forma electrónica. Las dos pantallas gigantes y las luces violáceas y rojizas están coordinadas con el ritmo. Otorgan al espectáculo cierta sensación de discoteca. Y todo está automatizado; prácticamente ningún informático se quedará en Madrid después del estreno. El jefe del equipo de programación, Amit Segall, es el único que ha alquilado un piso en la ciudad para los próximos meses. “Utilizamos un programa llamado Ableton Live, que en realidad está hecho para escribir música”, explica Segall mientras afina el arpa láser, en la que el jugador corta con las manos haces de luz de distintos colores para producir notas musicales.

Una participante juega en una de las atracciones.
Una participante juega en una de las atracciones.Fede Serra

La idea que repiten de forma casi obsesiva los miembros del equipo es que los espectadores deben sentirse plenamente conectados al espectáculo, como si se consideraran parte de él. Desde el pasado 29 de octubre, durante dos semanas, han pasado por los ensayos generales 3.000 espectadores obligados a firmar un contrato de cesión de imagen, en el que dan permiso a la organización para utilizar las grabaciones realizadas durante estos. En los primeros pases técnicos responden a un cuestionario de varias páginas. Una de las preguntas es si se sienten parte del todo. Sama-Sama significa juntos en tagalo; un nombre que los creativos encontraron a base de buscar traducciones de together en Google. “El título ya estaba pillado por los Beatles”, ríe el director. “Tiene ritmo, suena como ‘somos’ en español, o zusammen en alemán”, reflexiona Ido Kagan, uno de los jefes creativos. El público de prueba se compone principalmente de grupos de jóvenes y familias con niños entusiasmados. Durante las tres horas que dura el espectáculo, los asistentes deben probar el máximo número de atracciones sin cansarse, para lo que se han habilitado cuatro bares y cinco puestos de comida. Aunque el parque no es recomendable para personas de edad avanzada o que sufran de epilepsia, varias actividades son accesibles para personas de movilidad ­reducida.

Las primeras reacciones ante el espectacu­lar despliegue son dispares. “Me gustaría que me hubieran avisado de que iba a salir mi cara en la pantalla gigante”, señala Carlos, un niño de unos 10 años. “Esto parece un juego de la Wii”, comenta otra chica mientras hace cola. Al fondo, indicado con un gigantesco letrero que dice “Workshop”, está el acceso al taller de percusión corporal. Dentro, un animador enseñará los pasos a una treintena de participantes en menos de cinco minutos. Al terminar, estallan en vítores. “Yo creo que en los tambores sí me sentía parte del todo”, reflexiona Silvia, con gafas, tras su primera vez. Lo que une a todo el mundo, claro, es la música.

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