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Tentaciones
LO QUE HAY QUE VER

¿Qué tienen en común Marina Abramovic, Kim Kardashian y Antony?

La respuesta es la moda, claro. Asistimos a la fiesta de Riccardo Tisci en Nueva York, y os contamos lo que hizo allí la performer de las performers

Imagen de una de las performances de Marina Abramovic (REUTERS/Lucas Jackson)
Imagen de una de las performances de Marina Abramovic (REUTERS/Lucas Jackson)LUCAS JACKSON (REUTERS)

Un desfile de moda es el único lugar donde Antony Hegarty y Kim Kardashian pueden coincidir el uno al lado del otro e incluso saludarse y charlar. Sí, esto ocurrió el pasado 11 de septiembre en el sarao que el diseñador Riccardo Tisci montó en Nueva York el (ejem) 11 de septiembre para celebrar sus diez años al frente de la firma.

Y ocurrió porque entre el lánguido Antony y la bastante menos lánguida Kardashian hay una amiga en común que se llama, agárrense, Marina Abramovic. Y pensaréis, ¿que hace la performer entre las performers, la artista hecha a sí misma, en un desfile de moda? Pues eso, una performance.

Una performance a la que, además, me invitaron. Acudí con el miedo a que alguien se me echara encima para cortarme el pelo, me obligara a hacer yoga subida a los tacones o me diera un objeto cortante para amenazar "conceptualmente" a la artista, como ya hizo en su obra Rythm (esto, para qué engañarnos, me hacía cierta gracia)

EFE/EPA/PETER FOLEY
EFE/EPA/PETER FOLEYPETER FOLEY (EFE)

No ocurrió nada de eso. Como escribía recientemente Estrella de Diego en EL PAÍS, Marina se ha suavizado y se ha convertido en una marca para las marcas. Existe el Abramovic para Gucci o, en este caso, Givenchy, como existe Alexander Wang para H&M o Margiela para Converse. La moda la necesita para envolver de densidad un transfondo frívolo y ella necesita a la moda para seguir siendo ella, Marina, el arte encarnado en una señora con trenza.

A esa conclusión llegué cuando, rodeada por un público cuyos zapatos costaban lo mismo que mi alquiler, avistamos a un chino subido a una escalera con dos ramas de árbol en cada mano. Estuvo sin moverse dos horas. Según Marina, el árbol representa el apoyo espiritual, la escalera es el ciclo de la vida y el chino, pues era un chino. Al otro lado, y sobre unos palés de madera, un pianista tocaba la misma nota en bucle, un monje tibetano recitaba un mantra y una mujer permanecía inmóvil bajo un chorro de agua purificador.

Había unos 500 invitados más 800 personas 'del pueblo llano' que consiguieron una entrada a través de una página web. Por supuesto, estaban separados del resto y de pie (a ver si se van a creer que la moda es democrática). Nadie, ni unos ni otros, hizo caso a este despliegue emocional de Marina. Nadie. Hasta el punto de que había otro chino paseando muy lentamente por el recinto (representando la densidad del presente) y la mujer que estaba a mi lado preguntó si conocía a "ese bloguero" (sic).

La idea principal era celebrar la década de Tisci en Givenchy a través de un espectáculo en el que su moda, que casi siempre alude a lo religioso, se convirtiera en el centro de un espectáculo enfocado hacia el perdón, la introspección y la unión de culturas y religiones.

Lo fue, pero durante diez minutos. Los diez en los que las modelos pasaban ataviadas con vestidos lenceros hechos girones mientras un lamento en árabe salía de los altavoces. El resto del tiempo, no hubo silencio, sino flashes tratando de enfocar a Courtney Love, Almodóvar o Julia Roberts. Los únicos aplausos de la noche no fueron para Abramovic, se los llevaron Kim Kardashian y Kanye West. Su hazaña: pasear por el recinto hasta encontrar su sitio y no hacerse ni un solo selfie por el camino.

Este ingente despliegue económico y de medios destinado a evocar emociones profundas en mil personas dedicadas a la moda y el espectáculo terminó como tenía que teminar: con una rave en un parking de la zona mas chunga de Manhattan. Barra libre, drags, furor instagramero y una zona VIP, a modo de jaula, en la que Kim y Courtney se hacían selfies, Steven Tyler no encontraba el cargador y Kendall Jenner se dormía. ¿Que por qué lo sé? Porque ahora, sí que sí, estuve horas observando con instrospección esa performance. Yo, y miles de personas, que ni bebían en la barra libre por no perderse nada de esta liturgia del siglo XXI. Concluí que este desfile simbolizaba mejor que muchos el papel que desempeña la moda en estos tiempos. Y que cada uno saque sus conclusiones.

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