¿Qué dice un edificio de una empresa?
Torre Chrysler de W. Van Alen en Nueva York
Las sedes empresariales han pasado de querer despuntar en su ciudad, participando en la carrera de los rascacielos, a buscar convertirse en barrios de la cada vez más amplia periferia. Eso dicen sus comunicados de prensa. Lo que comunican los edificios es distinto, y está más cerca de un gueto que de un barrio.
Cuando en 1928 el empresario Walter P. Chrysler eligió el proyecto de William Van Alen (1883-1954) para levantar el que debía ser el rascacielos más alto del mundo, poco podía imaginar que ese liderazgo sólo le duraría 11 meses y que, sin embargo, su edificio de oficinas se convertiría en una monumental atracción de Manhattan. Corría el año 1930 cuando el empresario automovilístico inauguró su rascacielos Decó. La torre hablaba y habla de coches desde sus 319 metros: los tapacubos de los neumáticos están presentes en la corona del inmueble, también las gárgolas remiten a los radiadores de los coches. El caso es que para hablar de sus coches, Chrysler no se olvidó de la gente. En el piso 71 había un mirador (que se cerró en 1945). Tal vez por todo eso, y por el gran vínculo que su edificio estableció con Nueva York, esta torre en la esquina de Lexington y la 42 no dejó de llamarse Chrysler cuando su dueño vendió el edificio en 1953 y pasó a acoger las oficinas de, entre otros, una compañía de seguros y un banco.
Aunque vivimos una nueva era de los rascacielos -sobre todo en las ciudades europeas y asiáticas- es difícil que una nueva torre establezca con su ciudad el vínculo que logró la Chrysler o que llevó a la compañía Met Life a mantener, durante años, el cartel de Panam que coronaba la torre que ideó Walter Gropius también en Manhattan. Hubo un tiempo en que los fabricantes de coches, los productores de bebidas alcohólicas y hasta los banqueros contribuyeron a la construcción de las ciudades –dibujando sus perfiles o cediendo espacio para plazas a cambio de negociar más altura-. A esos empresarios no los movía la caridad ni por supuesto la mala conciencia. Los movía la lógica. Entendían que su negocio, y ellos mismos como ciudadanos, formaban parte de un lugar, de una ciudad. Sabían que necesitaban a la gente.
Que las empresas prefieran islas a monumentos habla de nuestro tiempo. Y dibuja un futuro poco esperanzador. Es fácil que a la sede de Apple –ideada por Norman Foster en Cupertino (California)- sólo se pueda llegar en coche. Que los mejores arquitectos del mundo no hayan sido capaces de reparar la desconexión entre la gran arquitectura y la ciudad cuestiona lo que entendemos por bondad, o decencia, arquitectónica.
Edificio Panam de Walter Gropius en Nueva York
Torre Agbar en Barcelona de Jean Nouvel
The Gherkin, Torre Swiss Re de Foster& Partners en Londres
Seagram de Mies van der Rohe, en Nueva York frente a la plaza que el edificio cedió a la
ciudad para crecer en altura.
Interior de la Ford Fundation de Kevin Roche en Nueva York
Ciudad Financiera del Banco de Santander de Kevin Roche en Boadilla del Monte (Madrid)
Proyecto para la Ciudad del BBVA al Norte de Madrid firmado por Herzog&de Meuron
Sede de Olivetti ideada por Carlo Scarpa en Venecia
Proyecto para la sede de Apple en Cupertino de Foster&Partners
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