Explosión de belleza en Kinshasa: 90 años de arte congoleño
En los años sesenta, Kinshasa (Léopoldville hasta 1966), rezumaba vitalidad, creatividad y joie de vivre por los cuatro costados. La década se inauguraba con la anhelada independencia de la metrópolis belga y hombres, mujeres y niños lo celebraban por todo lo alto. El grupo African Jazz encumbraba a himno de toda una época la canción Indepéndence Cha Cha (1960) y la "música moderna" congoleña emergía como lengua franca para generaciones de africanos sedientos de modernidad a la vez que obligados a enfrentarse a una vida inhóspita en el éxodo del campo a la ciudad. La época del terror colonial de la que se hacía eco Adou Elenga al cantar "Ata ndele, ata ndele mokili ekobaluka..." ("Tarde o temprano, tarde o temprano el mundo cambiará por completo...") parecía quedar definitivamente atrás, y la capital del país más extenso de África se volvía para otras naciones africanas en referente de cosmopolitismo, con la rumba congoleña como heraldo de su época dorada. Sus letras amorosas lanzaban comentarios sobre la realidad social, traspasando fronteras e inundando radios y salas de baile en Kenia, Zambia, Angola, Mali, Senegal o Camerún. Su formidable capacidad de cohesión sería inmortalizada por pintores como Moke o Chéri Chérin y fotógrafos como Jean Depara.
Depara, angolano afincado en Kinshasa, retrataría durante dos décadas la efervescencia de la ciudad y el orgullo de sus gentes ante la independencia recién ganada. Declarado fotógrafo oficial del cantante Franco, aprovecharía sus salidas nocturnas para crear un archivo único de instantáneas, donde jóvenes de ambos sexos se divierten en los nganda (bares clandestinos) y en los dancings. Satisfechos de sus atuendos de inspiración occidental, de sus coches y motos, algunos incluso alardean de su pasión por el western vistiéndose al estilo de los bandoleros del oeste (los "Bills").
La "música moderna" congoleña surgió en los años 20 y no dejará de evolucionar durante todo el siglo XX, enfrentando con vehemencia a seguidores de distintos grupos y generaciones. Hombres y mujeres africanos se sitúan con la música dentro de una historia con la inexorable marca del paso del tiempo. Pintores, músicos, fotógrafos y creadores varios evolucionaron a su compás y al ritmo sincopado del crecimiento de la nación. Sus 90 años de vida son el marco temporal de la exposición Beauté Congo -1926-2015- Congo Kitoko abierta hasta el 15 de noviembre en la parisina Fundación Cartier. Organizada por el comisario André Magnin se compone, junto al elemento sonoro, de pinturas, cómics, esculturas, vídeos y fotografías de más de 40 artistas y colectivos, rindiendo homenaje a un patrimonio cultural y artístico único. Además de actividades para los más pequeños, al atardecer de los cuatro meses de duración de la muestra, las salas y el jardín de la Fundación Cartier se llenarán de las voces más relevantes del Congo contemporáneo con desfiles de moda, programas de radio en directo, conciertos, actuaciones, lecturas y charlas en el programa Noches nómadas.
La historia de su comisario André Magnin es bien conocida. Jean-Hubert Martin le llamó allá por 1989 a montar con otros expertos la muestra africana Magiciens de la Terre(París). Su efecto sería revolucionario, cambiando la apreciación internacional del arte africano y dando lugar a la que es la colección de arte moderno y contemporáneo africano más amplia en manos privadas: la Contemporary Africa Art Collection (CAAC). Tras asistir a Magiciens de la Terre, el empresario italiano Jean Pigozzi encargó a Magnin la tarea de construir su colección personal, hoy con más de 10.000 obras en sus bodegas y en constante crecimiento. Ahora comisario independiente, Magnin dirigió hasta el 2008 el CAAC desde su sede en Ginebra. De esta institución el público español pudo ver una muestra en el Guggenheim de Bilbao bajo la rúbrica 100% África hace exactamente una década.
Con la pintura como maestra de ceremonias, "la belleza polifónica del mundo" de la que hablaba Henri Michaux la encontramos más allá de Europa y los Estados Unidos y obras como las de JP Mika (Kinshasa, 1980) así lo atestiguan. Mezclando estilos clásicos y populares e inspirándose tanto en Picasso, Seydou Keïta y Malick Sidibé como en autores nacionales reconocidos en el mercado del arte internacional como Chéri Samba, Chéri Cherín o Moke, JP Mika es el paradigma del artista global. En sus viajes al extranjero, aprovecha para nutrirse de ideas que transformará, de regreso en su atelier de Kinshasa, en comentarios pictóricos. No en vano, su cuadro Kiese na Kiese realizado en 2014 en su característico acrílico sobre tela, ha sido elegido como póster e imagen de encuadernación del catálogo a todo color publicado para la ocasión.
En sintonía con la "pintura popular" surgida en el Congo en los años 60 y, en especial, con Moke, el uso del arte como reflexión social se impone, aunque respetando hasta el extremo las normas clásicas del arte (perspectiva, proporción y anatomía). Este estilo cuidado y mimético le ha valido el sobrenombre de "el Dios de los detalles". De sus manos surgen retratos de parejas y grupos cargados de sensualidad, donde la armonía de movimientos y colores sirven como útiles de comunicación. Apunta el propio artista: "mis obras son documentos didácticos por excelencia", en línea con su maestro Chéri Chérin. En su simbiosis de estilos clásicos y populares y en su atención a temas puramente universales demuestra cómo cada generación busca su camino haciendo progresar el arte. En Kiese na Kiese, una pareja joven vestida elegantemente con ropa y complementos del África urbana actual está representada en pleno baile, sobre una tela de vivos colores.
El fondo alude a los retratos de estudio de los años 50-70 de pioneros fotógrafos africanos como Keïta, Depara o Sidibé subrayando su filiación. Completando la portada del volumen, el título BEAUTÉ CONGO -1926-2015- CONGO KITOKO. FondationCartier pour l'art contemporain aparece sobrepuesto en una cartela blanca con letras negras en la parte inferior derecha, recordando los rótulos explicativos que Chéri Samba popularizó con tanto éxito.
Con más de 300 páginas de ilustraciones a todo color, acompañadas por textos críticos de Magnin, del escritor congolés In Koli Jean Bofane y de especialistas como Thomas Bayet y Michael de Plaen, el catálogo resulta de gran ayuda para adentrarse en la historia, el contexto y las realidades artístico-sociales del país durante los 90 años abarcados. También encontramos entrevistas en profundidad con los pintores Mode Montu, Moke, Chéri Samba, JP Mika, el colectivo Eza Possibles, la 1ª estrella del cómic Papa Mfumue'to. Las dos últimas, reservadas al inclasificable artista plástico Bodys Isek Kingelez y al joven y prometedor fotógrafo Kiripi Katembo se cargan de sentido al haber fallecido ambos en los últimos meses. Un apéndice compuesto por una cronología del país desde la Conferencia de Berlín de 1885, un mapa y la relación de biografías de los artistas y especialistas convocados, completan la publicación, convirtiéndola en herramienta de trabajo para investigaciones futuras.
El viaje de descubrimiento en el que se zambulle al visitante le llevará a las primeras experiencias de la pintura moderna en el Congo en los años 20: las de la pareja de Albert y Antoinette Lubaki, y Djilatendo. La obra de Lubaki, "una pintura de una simplicidad rayana en lo sublime" (In Koli Jean Bofane) y la de Djilatendo nos hacen pensar en otro pintor autodidacta: el afroamericano Bill Traylor (1853-1949). De este modo, la relación umbilical de África y su diáspora a través de los años se nos sugiere una vez más. Sus trabajos, realizados en papel y centrados en escenas de la vida rural y colonial son de un estilo figurativo y geométrico que rezuma lirismo.
La década de los treinta con el inventario de la vida del "filósofo de la pintura" Paul Mapinda y las siluetas de Ngoma será la siguiente parada. Los años 40 merecen punto y aparte por el "atelier du Hangar". Fundado en 1946 en Lubumbashi (entonces Élisabethville) por el pintor galo Pierre Romain-Desfossés, fue hasta su muerte en 1954 un espacio destacado donde artistas como Bela, Mwnze Kibwanga y Pilipili Mulongoy hallarían su propio estilo.
Mwenze Kibwanga (Katanga, 1925-1999) es el encargado de introducirnos en el ecuador del siglo. Tras luchar en la 2ª Guerra Mundial, los excombatientes africanos regresaron a casa cargados de confianza y de una comprensión más amplia del mundo. Las ideas de la independencia habían arraigado y son visibles en las pinturas de Kibwanga por su colorido, por el uso de las sombras y por unas texturas tomadas de la tradición de los Kasaï o del imperio Kuba. A similares experimentos se entregan Pilipili Mulongoy y Jean-Bosco Kamba en su peculiar interpretación de la naturaleza y el ser humano, moviéndose todos ellos en lo figurativo.
Con la independencia y la toma del poder de Mobuto la "autenticidad" africana se implanta como valor supremo. Si bien Mode Muntu lo trasladará a la tela, otros artistas responderán al mobutismo con la crítica y el comentario político-social. Papa Mfumue'to lo hará desde las páginas de sus fanzines, publicando más de 200 números de 1990 a 2000 mayoritariamente en lengua lingala, mientras otros recurren a la pintura. Chéri Chérin, Cheïk Ledy, Moke, Pierre Bodo (fallecido en marzo) y el "grand-prête" Chéri Samba, en su mayoría activos, se dieron a conocer al público de la capital del país en 1978 con la exposición Art Partout. Apoyándose en historias urbanas de la vida corriente y sucesos sociales o políticos estos "pintores populares" desarrollar una nueva figuración conectando de lleno con sus conciudadanos. En los años 2000, el testigo lo recogen JP Mika, Monsengo Shula, Steve Bandoma y Kura Shomali, cuyas obras están incluidas en la exposición.
En paralelo desde la fotografía, en los años 70 Ambroise Ngaimoko documentaba los cambios sociales de la población urbana y, en la actualidad, Kiripi Katembo y los montajes de Sammy Baloji responden a las preocupaciones de los artistas africanos en el juego globalizado del arte mundial.
En la escultura, Rigobert Nimi y, especialmente, Bodys Isek Kingelez se encargaron desde los años 80 de proponer arquitecturas urbanas utópicas en sus maquetas de ciudades africanas para el futuro. A través de su "modelismo arquitectónico" Kingelez explicaba en una entrevista: "con mi arte trato de servir a la comunidad renacida para crear un nuevo mundo, porque los placeres del mundo terrenal dependen de la gente que vive en él. Creo estas ciudades para que la paz, la justicia y la justicia universal perduren. Funcionarán como pequeños estados seculares con su estructura política propia sin necesitar de policías o ejército". Que este deseo pacifista y comunitario sirva de inspiración a quienes continuarán creyendo, como Kingelez, JP Mika o el colectivo Eza Possible de Kinshasa, que el arte es un instrumento de transformación, un gesto necesariamente ciudadano, ético, estético y político demoledor de jerarquías y promotor de igualdad entre sus participantes.
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