El arte de convertirse en una boya
La habilidad de este político para flotar agarrado a un muerto, ese es el misterio Se trata de una fórmula secreta que nadie acierta a descifrar
Sucede a veces que, en un día de temporal, alguna gente desde la orilla del mar contempla con angustia un punto negro que se debate a lo lejos en medio del oleaje. Los más pesimistas creen que se trata de la cabeza de un náufrago, pero al comprobar que ese punto negro zarandeado por las olas permanece a flote siempre en el mismo lugar, alguien más avezado exclama: “No es un náufrago. Es una boya que está bien agarrada a un muerto”. Eso es exactamente Mariano Rajoy, una boya resistente a cualquier temporal político, que logra sacar la cabeza cuando todo el mundo piensa que se ha hundido. No es un elogio. Un político que flota también puede ser un corcho o el madero del propio naufragio.
Antes de llegar a La Moncloa ya era admirable la impasibilidad con que Mariano Rajoy contemplaba cómo el oleaje de la corrupción batía la sede de Génova, su propia casa, y él allí se fumaba un puro mientras el nivel del agua, después de inundar varias plantas, llegaba hasta la puerta de su despacho de presidente del Partido Popular. Al otro lado del tabique el tesorero Bárcenas apuntaba a mano las entradas y salidas de un supuesto dinero sucio en una libreta de tendero de ultramarinos; también andaban por allí un supuesto repartidor de sobres repletos de billetes de 500 y unos albañiles dando martillazos por los pasillos al mando de un arquitecto, que supuestamente cobraba en negro los trabajos de la reforma del edificio. Rajoy se limitaba a rascarse un pie. Cuando el agua sucia de la corrupción le llegaba a Rajoy hasta la barbilla, y sus adversarios políticos decían: de esta vez no lo pasa, esta vez se hunde Mariano, en ese momento su cabeza se convertía en una boya que se balanceaba a merced del vals de las olas sin que le importaran una higa críticas e improperios. El tiempo todo lo cura, un escándalo se tapa con otro escándalo hasta que el ciudadano toma como propio el hedor a basura y echa la culpa al aire. Esta vieja táctica franquista es un arte que Rajoy ha ejercido con absoluta maestría.
Un escándalo se tapa con otro. Esta vieja táctica franquista es un arte que Rajoy ha ejercido con absoluta maestría
La carrera de este político ha atravesado diversas fases, la de burócrata provinciano, la de alto funcionario adaptativo, la de responsable de varios ministerios por los que pasó como un héroe de poltrona sin levantar pasión alguna a favor o en contra, una actitud que en ese circo de fieras al final le dio buen resultado, por ejemplo, el que Aznar posara el dedo en su frente y lo eligiera sucesor creyéndole el más maleable. “Este no me va a clavar el puñal por la espalda, aunque solo sea por no tomarse la molestia de levantar un brazo”. A veces da mucha pereza ser un traidor.
Rajoy perdió las elecciones generales de 2004 a causa de la mentira sobre el atentado de Atocha, un embolado en el que le había metido su padrino Aznar, pero la siguiente derrota de 2008 ya se la había ganado él a pulso. Todos creyeron que esa nueva ruina electoral era el fin de Mariano Rajoy. De hecho, desde el balcón de Génova se despidió de sus partidarios con esa sonrisa húmeda y la mano blanda, apoyado en su mujer, adiós, adiós, hasta siempre, como se despiden los pasajeros desde cubierta del barco al zarpar. Comenzaba en ese momento su segunda travesía hacia la nada. Le esperaban en el estrecho los monstruos marinos de Escila y Caribdis, bajo la forma humana de Esperanza Aguirre y José María Aznar. Balanceándose entre este par de pulpos, uno que por abajo le amenazaba con quitarle la sardina de la boca, otro imponiendo su mala sombra de inspector por arriba, logró salvar el doble peligro y su carácter de boya humana terminó por ser aceptado por sus partidarios como un valor de uso. He aquí un corcho de mucho peso, se dijeron los suyos, algún arte deberá de tener cuando no se hunde.
En medio de los escombros de la crisis que a Zapatero le cayeron encima sin enterarse, por fin, Mariano Rajoy llegó a La Moncloa. Lo mismo que el mar aprovecha cualquier temporal para purgarse y el oleaje arroja a la playa algas podridas, peces muertos con la tripa llena de petróleo, toda clase de latas y plásticos, el ciudadano ha asistido durante esta legislatura del Partido Popular a la purga de los recortes y despidos envueltos en la basura de la corrupción.
Ahora Rajoy en medio del temporal se ha rodeado de unos jóvenes que lucen camisas de marca y gafas de espejo, preparados para dar leña al mono y repetir por doquier día y noche el mantra de la salida de la crisis y de recuperación económica. ¿Cuál es el muerto al que se agarra la boya de Rajoy? Se trata de un misterio que nadie acierta a descifrar.
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