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Ni es Viagra ni se le parece

La píldora para estimular el deseo sexual de la mujer no incide en el sistema vascular, debe tomarse durante semanas y tiene una eficacia modesta

Milagros Pérez Oliva
Getty

Que la píldora sea de color rosa no es ninguna casualidad. Sprout Pharmaceuticals ha recurrido a este manido artilugio para establecer un paralelismo más fácil con la famosa “píldora azul” y proclamar así que llega la Viagra femenina. Ya se sabe, rosa para la niña, azul para el niño. Pero ni es Viagra ni se le puede comparar. La polémica que ha rodeado el lanzamiento mundial de la nueva píldora que promete levantar el deseo sexual de las mujeres premenopáusicas no está en absoluto injustificada. La aprobación de la flibanserina (Addyi) por parte de la Food and Drug Administration (FDA) —la agencia que regula los medicamentos en Estados Unidos— ha sido acogida con valoraciones antagónicas. Hay quienes la consideran el medicamento más revolucionario para la salud sexual de las mujeres después de la píldora anticonceptiva, y quienes afirman que no debería haberse aprobado porque su eficacia es dudosa y son más los riesgos que los beneficios.

Con posiciones tan distantes no resulta fácil aclararse pero hay unos cuantos elementos que conviene conocer antes de encomendar la libido a la píldora rosa. En primer lugar, que no tiene nada que ver con el Viagra. Aunque comparten un nacimiento azaroso —las dos eran moléculas que se ensayaban inicialmente para otras indicaciones— su mecanismo de acción es completamente diferente. La sildenafilo del Viagra actúa sobre el sistema vascular, facilitando el aporte de sangre al miembro masculino y con ello, la erección. En el caso de la flibanserina, no incide sobre el sistema vascular vaginal, que sería el equivalente, sino sobre el cerebro, potenciando e inhibiendo ciertos neurotransmisores que intervienen en muchos procesos vitales. En concreto, aumenta los niveles de dopamina y norepinefrina y disminuye los de dopamina.

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Para que el Viagra tenga efecto basta con tomarlo poco antes de la relación sexual, mientras que la píldora rosa se ha tomar durante semanas y hasta meses antes de que surta “algún efecto”. La expresión “algún efecto” debe tomarse en sentido literal, pues los estudios realizados hasta ahora muestran, según reconocen los propios evaluadores, una eficacia “modesta”. La cifran en un “ligero incremento de eventos sexuales satisfactorios”. Tan ligero como un evento más al mes, lo que tal vez no diste mucho del efecto placebo que se obtendría con cualquier otra sustancia de herboristería tomada con cierta convicción. Cuando el panel de expertos de la FDA descontó el posible efecto placebo en los resultados que mostraban los ensayos clínicos, resultó que la píldora del deseo solo había aportado mejoras en el 10% de las mujeres.

En todo caso, tienen razón quienes afirman que para las mujeres que no experimentan ninguna apetencia sexual, una relación satisfactoria al mes es ya una gran mejora. Pero en ese caso, la cuestión crucial es determinar en qué casos el fármaco está indicado y, sobre todo, en qué casos el beneficio compensa el riesgo. Porque la píldora rosa tiene importantes efectos adversos. Hasta el punto de que la FDA solo ha autorizado su comercialización bajo prescripción médica y tras firmar la mujer una especie de “consentimiento informado” en el que deja constancia de que conoce y asume los riesgos (y de paso libera a la farmacéutica de posibles responsabilidades). De momento, los ensayos realizados en 2.400 mujeres muestran que provoca mareos, somnolencia, fatiga, insomnio y sequedad de boca en más del 10% de los casos, un porcentaje considerable. Pero lo más grave es que también puede provocar caída de la presión arterial e incluso pérdida de conciencia, y que su interacción con el alcohol puede ser peligrosa, algo a tener muy en cuenta en un tratamiento de larga duración.

La FDA rechazó el aval a la píldora rosa en dos ocasiones. Ahora lo hace por las presiones recibidas

Todos estos inquietantes elementos son los que llevaron a la FDA a rechazar en dos ocasiones la aprobación de la flibanserina. ¿Por qué a la tercera ha cambiado de opinión si la molécula es la misma? Por las presiones que ha recibido. Entre otras, de la plataforma Even the Score (Igualar el marcador), integrada por una veintena de grupos de mujeres, que lanzó una estridente campaña acusando a la FDA de discriminación. Argumentaba que la agencia exigía para aprobar el tratamiento de la disfunción sexual femenina más seguridad que la para la masculina. Even the Score consiguió incluso la intervención de una decena de congresistas y forzó una audiencia pública a mujeres con bajo deseo sexual para mostrar el trato discriminatorio. Luego se ha sabido que Sprout Pharmaceuticals ha dado soporte financiero y logístico al grupo.

No es, pues, difícil deducir que estamos ante un nuevo capítulo de la estrategia que desde hace algún tiempo siguen las farmacéuticas para promover sus productos, especialmente cuando las ventajas no están del todo claras. Consiste en vender primero la enfermedad y luego el fármaco. Se trata de crear primero conciencia de que existe una necesidad no atendida, ofrecer la solución y promover una demanda social de tratamiento mediante la movilización de médicos y pacientes. Con esta estrategia se han logrado dianas comerciales tan exitosas como la de la píldora de la timidez (paroxetina), que se lanzó en 1992 para el “síndrome de ansiedad social”, la del antidepresivo Prozac (fluoxetina), que sigue tomándose muy por encima de las necesidades reales, o el propio Viagra, en cuyo lanzamiento se llegó a decir que el 70% de los hombres de más de 50 años sufría disfunción eréctil.

La flibanserina se promueve ahora para tratar el llamado “desorden de deseo sexual hipoactivo”. Pero ¿cuándo y cómo comienza ese desorden? ¿En qué consiste exactamente? ¿Cuáles son sus causas? El sexo es algo muy psicológico. El estrés, por ejemplo, tan común en nuestros días, provoca inapetencia sexual. Muchos otros factores la provocan también. ¿Qué es lo que se ha de tratar exactamente?

Estas preguntas no tienen una respuesta clara. Pero sí parece claro que hemos cambiado de paradigma. Si antes era “enfermedad en busca de tratamiento”, ahora estamos en el de “tratamiento en busca de enfermedad”.

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