De March a March
La banca privada más antigua de España estrena presidente, un hombre tranquilo decidido a mantenerse alejado de los focos y a proteger el litoral de las Baleares
Un nuevo miembro de la saga, Juan March de la Lastra (1973), emerge en la presidencia de la acreditada y singular Banca March lejos de los focos, centrado en su familia, en la estrategia financiera y en el pulso de un negocio clásico que no duerme. Tiene porte de alero de básquet (mide 1,95), es calmo, reflexivo y practica yoga a diario. Ha sido un personaje casi anónimo y desearía seguir siéndolo aunque su propio nombre esté en la marca. Este agosto cumple 42 años y lidera el rumbo de un banco clásico, fundado en Mallorca en 1926 por su bisabuelo, Juan March Ordinas, un legendario y controvertido magnate.
En tiempos inciertos y de desasosiego social, de crítica al papel de los bancos en la crisis, el presidente de estreno busca discreción y cautela, rasgos actuales de un linaje de poder económico consolidado en un siglo.
La transición generacional, de March a March, se realizó a finales de julio en Palma. Juan March de la Lastra relevó en la presidencia del Consejo de Administración a su padre, Carlos March Delgado, un hombre-ancla cerca de los 70 años, los últimos 41 al timón del banco. Antes de dar el paso habló con una decena de sus 1.300 empleados, les escuchó e intentó contagiarles su filosofía y prioridades: seguridad, cautela, responsabilidad social y sostenibilidad.
La saga ha salvado de la especulación sus fincas en Mallorca
Entre sus objetivos destacan el de mantener la solvencia financiera y huir de la pulsión especulativa. El presidente persigue mantener el estilo propio de la entidad, un negocio en el que los clientes invierten “con” el banco, con sus accionistas. “Propone una cultura de apertura y transparencia, con obsesión por el rigor y el método”, explica una colaboradora directa. “Como su padre, impulsa la formación y la diversidad de la plantilla”, añade.
El capital de la Banca March, que es el alma de la saga, queda en casa. El control está exclusivamente en manos de cuatro hermanos. Son los nietos del pionero: Juan y Carlos March Delgado [el tándem gestor desde 1973, con el 69% de las acciones] y sus hermanas Leonor y Gloria, con el 31%. Los cuatro suman 14 hijos, todos representados en el consejo. Los accionistas han firmado un pacto solidario de autoprotección vigente hasta 2025. March de la Lastra representará coralmente a los propietarios. Se ha propuesto gobernar la firma para ellos, pero también para la clientela y los empleados, sus tres ejes básicos.
En Mallorca, pero también en Andalucía y en Extremadura, la familia March mantiene grandes propiedades rurales. En la isla no han explotado urbanísticamente sus tierras litorales, con kilómetros de costa y playas vírgenes protegidas. Sus mayores fincas isleñas, S'Avallet y S'Avall, son, respectivamente, de los hermanos Carlos March Delgado (1945) y Juan March Delgado (1940), un dúo armónico de financieros que pilotó una parte de la modernización del capitalismo español.
En esos enormes paisajes planos del cono sur de Mallorca, ante el parque de la isla de Cabrera, los March pasan parte de sus vidas. El día del simbólico cambio en la cúpula de la banca, Carlos March y su hijo Juan desayunaron en S'Avallet a las siete de la mañana. Al salir hacia Palma, que está a una hora por carretera, se cruzaron con los vecinos que, como siempre, accedían a las playas públicas a través de sus tierras, en las que aparcan sin problemas. La renuncia familiar al desarrollo turístico o inmobiliario de su apetitoso litoral —una mina para pelotazos— es un gesto que les “aporta valor”, es parte de la imagen de su banca y estirpe.
Los March veranean junto al mar balear, solitarios, en un paraje de dunas, pinares, sabinas, olivos salvajes y lentiscos. En S'Avallet la familia insiste en la preservación de los escasos recursos naturales, el consumo soportable del agua y el control de la contaminación costera. March de la Lastra milita en la protección de la naturaleza y en la actividad cinegética sostenible, así gestiona cotos y preserva las castas silvestres. Es un apasionado del campo y la caza como su padre y su tío Juan.
Los March, una sólida fortuna internacional muy biografiada con los brazos bancario e inversor —la Corporación Financiera Alba—, expresan desde 1955 su vocación filantrópica en la Fundación Juan March, con sedes en Madrid, Palma y Cuenca.
Al nuevo líder le interesan las ideas y las artes actuales, conoce el poso de los flujos clásicos y las nuevas tendencias. En las salas de sus casas y en los jardines se expresan las pasiones artísticas privadas, ordenadas. March de la Lastra tiene querencia por pintores alemanes. Con ojo cultivado habla de Gerhard Ritcher, Martin Kippenberger, Sigmar Polke o Albert Oehlen y recuerda a artistas y escritores que ha conocido en la fundación o en el domicilio paterno.
Hasta la sucesión bancaria, con 15 años en puestos ejecutivos, apenas se conocían dos fotos de Juan March, el IV de la dinastía: una de 2008, serio y cabizbajo en el entierro de su abuela, la matriarca Carmen Delgado de March, y los retratos de boda de 2001 en Oviedo, con María Herrero Pidal, de otra saga financiera, a la que conoció en Londres cuando ambos trabajaban en J.P. Morgan. El matrimonio tiene tres hijos que estudian en un colegio concertado de Madrid, una educación interclasista, abierta, en la que ya se formó el banquero.
“Por talante es humilde, autoexigente, abierto, austero y sereno”, le retrata un ejecutivo de su comité de dirección. A su equipo lo quiere cerca de su despacho, en la misma planta de la sede institucional en Madrid. En días, Banca March ocupará en la capital el caserón familiar —un edificio monumental— ajardinado, de 6.000 metros cuadrados, en la calle de Ortega y Gasset. Un símbolo más.
El banquero discreto
De Juan March de la Lastra se dice que es autoexigente y respetuoso, que sopesa todas las posibilidades antes de tomar una decisión. Alumno del Liceo Francés, estudió en la universidad pública Carlos III de Madrid y en la superelitista de Harvard (Reino Unido). Trabajó en Londres, Madrid y Nueva York en grandes bancos globales. Domina el inglés, conoce el alemán y sigue las charlas en catalán. El banquero veranea en familia, no se exhibe socialmente, no usa un gran yate ni va a saraos para ociosos. Atento, no envarado, parece un hombre tranquilo. Entre Mallorca y Andalucía, lee y observa con ojos claros ante los suaves parajes de su infancia. “Reflexiona y disfruta de la soledad”, apunta uno de sus ejecutivos. En ocasiones se aisla, emprende caminatas y acampa en el monte, descansa y medita.
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