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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La red de los corazones solitarios

Todos, desde la bisabuela al bisnieto, miraban Internet; Google, redes, periódicos digitales

Juan Cruz
Varios jóvenes utilizan móviles de última generación.
Varios jóvenes utilizan móviles de última generación.Julián Rojas

En el restaurante La Sal de Zahara de los Atunes había a las diez y media de la noche de un día de estos una mesa que ocupaban miembros de todas las generaciones, desde la bisabuela al bisnieto, que tenían algo en común además de los apellidos. Todos tenían un aparato en las manos y todos consultaban algo: allí no hablaba ni Dios.

Todos, desde la bisabuela al bisnieto, miraban Internet; Google, redes, periódicos digitales; los dedos fervorosos navegaban con la ligereza de un pony, y en los rostros se reflejaba, intacta, esa luz cenital que ahora habita entre nosotros como la lumbre de los corazones.

Todos los que miran esa reverberación luminosa son hoy deudores de un invento que Jorge Luis Borges convirtió en una adivinación de ciego en El Aleph y que vislumbró Ray Bradbury en uno de los relatos que consideró más futuristas. Él no lo sabrá nunca, pero lo que él escribió como imposible es lo que sucedía hace tres o cuatro noches en aquel restaurante de Zahara: una familia se reúne ante la televisión y considera que la realidad es lo que sucede en la pantalla, no lo que pasa, dramáticamente, en la puerta de al lado.

Así es la vida de estos inventos: terminan dominando el futuro con una fuerza increíble; así que lo que hace quince años era una suposición de locos encerrados en garajes de los campus de Estados Unidos ahora es Google o Facebook, o Twitter, y todo ha ido destinado a ser consumido masivamente por gente que ya no tiene esas edades imberbes sino por seres humanos que ya disfrutan de la quietud que se supone a los bisabuelos. De modo que todo lo que pasa en la pantalla desata un interés similar al que podrían despertar en los niños de nuestra generación las noticias falsas sobre la muerte del Capitán Trueno o las suposiciones que había en la legendaria, y tan cercana a lo real, Farenheit 451. Ahora se ha presentado un teléfono nuevo y se ha hecho con el secretismo, y la repercusión, que hubiera querido para sí Orson Welles cuando desarrolló la idea del programa más famoso de la radio en el mundo.

Ahora, además, Google, que es la madre de casi todas estas batallas, o al menos la que apadrina a muchas de ellas, ha adoptado un nombre, Alphabet, que hubiera hecho las delicias del Borges del Aleph, y ese hecho, la creación de un paraguas para sus empresas, ha parado las linotipias (digamos linotipias para hacernos ilusiones) del universo porque esa no es tan solo una noticia comercial o tecnológica: es que Google, Internet, Facebook y Twitter ya forman parte, como la luz de aquella familia en Zahara, de una red de corazones solitarios que es la destinataria universal de todos esos inventos, que son, sí, comerciales y tecnológicos, pero que vienen a calmar la ansiedad de saber de otros. Aunque de los otros no tengamos ni la más repajolera idea, pero son nuestros amigos o conterluios de una conversación infinita que Borges ya adivinó con la certeza de un hombre cegado por su propia luz.

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