Una lección de paciencia y respeto
FOTO cortesía de la editorial Phaidon perteneciente al libro The Gardner's Garden
Cerca de Pollença, al norte de la isla de Mallorca, Ariant es una finca de cuatro hectáreas, un frondoso jardín y una lección de paisajismo que demuestra cómo crear un paraíso verde con poco agua. El vergel contrasta con el monte rocoso de la sierra de Tramontana donde crece. Su autora, la botánica alemana Heidi Gildemeister, dedicó décadas de su vida a experimentar con el aguante de las plantas. Se instaló en Ariant con su marido en los años setenta y comenzó con lo que tenía a mano: roca desnuda, suelos de escaso sustrato y espino.
Mientras, su esposo Enrique se dedicó a criar ovejas y a plantar árboles autóctonos como los cipreses, las encinas o los olivos. La mayor contribución de Gildemeister consistió en saber observar y en saber esperar para, estación tras estación, y año tras año, dejar que fueran las plantas las que le indicaran dónde y cómo crecían mejor sin otro riego que el de la lluvia. Así, este es un jardín armónico que no fue diseñado sobre un plano sino plantado palmo a palmo. Su autora hizo crecer las plantas, los arbustos y las flores sin pesticidas y, entre ellos, dibujó senderos sinuosos que rodean las piedras o trepan por el monte. Además de plantar y recuperar la vegetación de la sierra, Gildemeister se convirtió en una experta en poda. Al contrario que el arte topiario –que convierte a los setos en material escultórico para construir con ellos escudos o animales de boj- la botánica alemana dejaba que fueran las propias plantas las que le indicaran por dónde debía cortar y por dónde iban a crecer.
Ese saber escuchar a la vegetación y saber atender al lugar es la manera lógica e imbatible de asegurarle larga vida a un jardín. Gildemeister anotó todo ese conocimiento en un libro impagable: Su jardín mediterráneo. Luego, hace un par de años, donó la finca para que la dedicaran a la protección de los buitres negros, de los que sólo quedaba una pareja cuando ella y su marido se instalaron en la finca, en los años 70. Hoy, cuando las montañas del horizonte añaden dramatismo a la frondosidad del valle, este jardín demuestra que las plantas, como las personas, necesitan adaptarse al medio y para ello el sentido común debería llevar a cultivarlas en el lugar apropiado en lugar de transformar artificialmente, el clima -y con él el riego- de los lugares.
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