Sobrinitos
Diderot, el filósofo, adivinaba que pronto no habría contrastes éticos entre filósofos y bufones

Quince años antes de la Revolución, Diderot presentó ante el mundo una de las figuras más fascinantes del futuro orden burgués, un reciente prototipo, un héroe de la modernidad. No tenía nombre: era conocido por ser sobrino del músico Rameau, muy respetado en el París borbónico.
El Sobrino era un parásito que cenaba en las mejores mesas de París gracias a su malignidad, su desparpajo, su ironía, su insolencia y su capacidad para ultrajar a todos los personajes sociales relevantes, lo que combinaba con parodias de concierto. Su talento para divertir a los ricos era fabuloso y aunque pertenecía a lo peor de la sociedad se codeaba con lo más alto.
A Diderot, el Sobrino le desconcertaba porque aunque estaba persuadido de la perversión moral del tipo, un ornamento social para ociosos que vivía de poner en ridículo a los demás, no tenía argumentos serios contra él. El Sobrino era inteligente, aunque careciera de voluntad para usar su entendimiento en algo útil. Diderot, el filósofo, adivinaba que pronto no habría contrastes éticos entre filósofos y bufones. Intuía que en la sociedad burguesa no cabrían diferencias entre gente honesta e indecente porque todo iba a depender de la posición del individuo en el espectáculo social.
Pasado el tiempo, los sobrinos de Rameau se multiplicaron como conejos. Su éxito es ahora tan completo que se han convertido en gente influyente y poderosa. No por eso han cambiado de oficio, siguen recibiendo dinero y protección gracias a sus insolencias, sarcasmos y parodias. Pienso en comediantes como el Gran Wyoming, por poner un ejemplo entre mil, excelente heredero del Sobrino. Si Diderot pudiera verlo se quedaría atónito. ¡Qué triunfo el del Sobrino! ¡Y qué gente tan rara los millones que cenan con él!
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