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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lo que va de la politiquería a la política

En el fondo, nos gustan los mesías que parecen tener claves ocultas para arreglarlo todo

Nos gustan los malentendidos. Navegar por ese mundo en el que carecer de conocimiento preciso sobre cualquier asunto complejo no impide opinar y vocear sobre lo que apenas sabemos. El peligro es particularmente cierto para personas tan expuestas como los políticos, que deberían plantear abiertamente qué pretenden y cómo intentan conseguirlo. Pero eso les convertiría en dirigentes fácilmente descartables.

En el fondo, nos gustan los mesías. Mejor creerse que el Gobierno de Rajoy tenía claves ocultas que iban a proporcionar a España la presidencia del Eurogrupo, y si sale mal se declara culpable al griego y a otra cosa. Todavía más difícil sería escuchar de Tsipras algo así: queridos compatriotas, les dije que soy el campeón de la antiausteridad, pero resulta que no tenemos un duro y Europa nos exige que construyamos en Grecia un Estado de verdad, con lo que eso va a afectar a nuestra cultura de la economía informal. Por descontado, ningún político se atreve a emular —salvadas las distancias— el “sangre, sudor y lágrimas” prometido por Churchill a sus compatriotas, en un trance ciertamente más letal del que sufre la Europa del presente. Mejor refugiarse en la ambigüedad, en el malentendido; ir haciendo las cosas medio en secreto, maniobrar para ver qué tal cae esta o aquella eventual medida; y si la reacción es mala, recurrir al socorrido malentendido. Rarísimo es escuchar a alguien pedir perdón con sinceridad no fingida, reconocer haberse explicado mal y aclararlo rápidamente. Mejor ampararse en el arcano de los malentendidos.

Hay un montón de ellos en la vida pública. El último lo ha protagonizado el nuevo equipo del Ayuntamiento de Madrid. Donde el edil de Hacienda, Carlos Sánchez, dijo que “entra dentro de lo posible” implantar una tasa turística y otra de cajeros automáticos, la alcaldesa madrileña, Manuela Carmena, no ha tardado ni 24 horas en negar que tales iniciativas sean ni siquiera posibles. Cierto que ha añadido: “Hoy por hoy”. Lo cual no despeja del todo la ambigüedad, partera de otros posibles malentendidos: ¿y mañana? ¿Y en septiembre, cuando se presenten los Presupuestos?

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De paso, una pequeña colleja: “Hay que precisar y procurar no alarmar con la difusión de noticias”. Antes que Carmena, montones de políticos dijeron algo similar respecto a los más diversos asuntos. Echar la culpa a la comunicación sale muy barato, tanto si lo hace un derechista como un socialdemócrata o una alcaldesa tan popular como la que rige los destinos del Ayuntamiento madrileño. Sus intenciones son loables: busca fondos para atender necesidades sociales antes minusvaloradas. Esto es lo que haría de Carmena una política diferente: decirle a sus conciudadanos que necesita tanto dinero para cubrir equis necesidades, y que piensa hacerlo de la forma siguiente. No le ahorraría críticas de la oposición, pero le reportaría el reconocimiento de ciudadanos hartos de politiquería y ansiosos de política.

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