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punto de observación

Las lógicas maniáticas

La lógica que casi lleva a Europa al manicomio arrancó también de un error: negar a Grecia en 2010 una reestructuración de su deuda

Soledad Gallego-Díaz

Los peores desastres se producen cuando se encadenan errores, cuando nadie chequea a tiempo las consecuencias de las ideas puestas en marcha y cuando los hechos concretos terminan desapareciendo porque todo debe inclinarse ante la idea que se persigue. Lo saben los que escriben libros sobre el fracaso de enormes empresas, quienes analizan los accidentes en centrales nucleares y los historiadores. Saben también que los mejores líderes son precisamente aquellos capaces de parar esas dinámicas y de romper el primer eslabón de esa cadena.

La crisis griega, o la crisis europea del XXI, habrá sido un perfecto ejemplo de ese escenario. A la hora de hacer recuento de daños, habrá que poner por encima de todos la renacionalización de Europa, agazapada en lo más oscuro de nuestra historia y evidente a los ojos de cualquier observador desde hace más de una década. Desgraciadamente, esa lacra deberá recaer también sobre la espalda de parte del periodismo europeo, empeñado en bombardear a las opiniones públicas con lugares comunes y falsificaciones. Nunca se debió permitir tal cúmulo de tópicos y de cruce de acusaciones entre los países de la Unión. Nunca se debió llegar al punto en el que un país pensase que un referéndum, una reclamación de soberanía nacional, podía ser la única manera de desbloquear una situación insoportable dentro de la UE.

Pero ese es el punto en el que estamos y no conviene esconderlo. Recomponer tanto estropicio exigirá mucha determinación. Es posible que cuando pasen los años algún estudioso analice las notas que tomaron los protagonistas de esta crisis y se asombre de cuántos datos básicos para entender lo que estaba ocurriendo tuvieron en sus manos… y cómo los ignoraron, no por maldad, ni por estupidez, sino, muchas veces, por pura coherencia, es decir congruencia de un acto con el anterior, algo que se suele considerar positivo, pero que, a veces, resulta peligrosísimo. “Hay extraordinarios ejemplos”, decía Keynes, “de cómo, arrancando de un error, un lógico impenitente puede llevarte a un manicomio”.

La lógica que casi lleva a Europa al manicomio arrancó también de un error: negar a Grecia en 2010 una reestructuración de su deuda que hubiera evitado buena parte de los males posteriores. Nadie puede decir que es cosa rara: Reino Unido devolvió en 2014 parte de una deuda permanente (o perpetua) que mantiene desde 1720, como consecuencia de la quiebra de la Compañía de los Mares del Sur. Cinco años después de la negativa a Grecia, hasta el presidente de la UE, el conservador polaco Donald Tusk, reconoció la realidad: “Una posición realista de Atenas debe compaginarse con una posición igualmente realista de sus acreedores respecto a la sostenibilidad de su deuda. Solo entonces tendremos un acuerdo ganador-ganador”.

El recuento de daños incluye precisamente esa constatación: en Europa no pueden existir reglas que dejen vencidos detrás (por muy pequeños y débiles que sean) ni ganadores exultantes. Por eso la Unión Europea no puede funcionar, no ha podido funcionar, de acuerdo con las normas alemanas de Merkel, a las que sería injusto tratar de autoritarias, porque no lo son, pero sí de inflexibles.

Hay pocas ocasiones, decía también Keynes, en las que un ciudadano corriente tenga la conciencia de que se encuentra en uno de esos días “después de los cuales casi todo puede ser diferente”. No es prudente esperar algo semejante de hoy. Bastaría con que las cosas no fueran tan diferentes a como las recordamos.

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