Los dueños del Estado
España alimenta a altos burócratas segundones para su mejor desastre

Los dueños de la República de Chile son siete familias, contadas y acotadas, descendientes de familias coloniales y emigrantes a los centros de poder de Washington. Los dueños de la República Francesa son los brillantes hijos de la meritocracia de las escuelas superiores, que militan desde siempre en los altos cuerpos de la Administración. ¿Quiénes son los dueños del Estado español?
Una pista escalofriante nos pone sobre ellos. Busquen una crónica de Rafael Méndez, anteayer en estas páginas, relean. Explica que en un mínimo de 12 sobre los 20 casos en que España está acusada en arbitrajes internacionales por sus chapuzas sobre las energías renovables, abogados del Estado (español) en excedencia pleitean contra el Estado que los amamantó, y que los recogerá, magnánimo, al finalizar su recreo.
Estos caballeros hasta lamentan “tener que estar en esta situación”, remeros condenados en un barco del XVII porque claro, ellos preferirían ejercer de patriotas, aunque se ve que tal alto cuerpo les condena a la miseria. ¡Nadie les obligó a tanto sacrificio!
Los dueños del Estado español son un machihembrado chileno-francés. Segundones y tercerones del latifundismo, empleados al servicio del Señor, nepotistas de los grandes cuerpos allende meritorios, trufados con los retoños de la aristocracia industrial/financiera del XIX, duchos en cinismo y de principios dúctiles como los de Groucho Marx, siempre que se envuelvan en retórica y banderas de luengos metros.
Se cifrarán quizá en 333 apellidos, diplomáticos y abogados del Estado y economistas del Ídem, y altos funcionarios del ex banco emisor, algún notario o registrador despistado, tres sobrinos de cardenales prometedores y media docena de escaladores del alto tribunal. Les distingue la camisa bicolor y el inglés engolado. Cuando Ramón Tamames era Tamames, dedicó su indignado La oligarquía financiera en España (Planeta, 1977) a las criaturas cruzadas del poder económico y financiero. Al fin, árboles de hoja caduca, muchos de ellos. Los altos burócratas segundones de hoja perenne esperan su taxidermista, patriotas de puerta giratoria que España alimenta para su mejor desastre.
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