Sobre algas
Los nuevos ateos son los que no creen e incluso se burlan del cambio climático y los pecadores los que practican el capitalismo salvaje sin importarles nada

Una forma nueva de habitar este mundo se está abriendo paso entre los jóvenes más lúcidos, para quienes la ecología se ha convertido en una religión, cuya única moral es el amor a la naturaleza. En esta religión ecológica también existen el cielo y el infierno para premiar y castigar la conducta humana. A estas alturas de los tiempos ya sabemos que el infierno más aciago consiste en emponzoñar las fuentes, ensuciar el cielo, destruir el suelo y escarbar el subsuelo hasta hacer inhabitable este planeta, de modo que cada especie que se extingue es la premonición de la muerte que le espera a la humanidad al final de su ciego camino hacia el acantilado. Los nuevos ateos son los que no creen e incluso se burlan del cambio climático y los pecadores los que practican el capitalismo salvaje sin importarles nada salvo la propia codicia. Frente a ellos la ecología se presenta hoy como un compromiso de salvación planetaria. La orden que el Dios del Génesis dio al Hombre de dominar la Tierra ha sido sustituida por esta nueva teología que incorpora al espíritu humano todo lo que llamamos vida, desde los líquenes hasta el corazón de los animales. Esta ecología religiosa te hace sentir que si el mundo sigue dando vueltas al Sol no es debido solo a las leyes físicas; el equilibrio inestable de su órbita también podría romperse por nuestra ceguera. A estas alturas ya sabemos que un paraíso en la Tierra sería posible si la gobernara ese dios incontaminado, que brilla con luz muy pura cada mañana sobre los verdes valles para morir por la tarde en la cruz de un crepúsculo ensangrentado, que en el camino se hace clorofila en los árboles, se confunde con el aire limpio de la atmósfera, constituye los manantiales y se vuelve azul cuando los ríos dan al mar donde un día comenzó a germinar nuestra alma a partir de la espiritualidad de las algas.
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