El efecto más perjudicial de las vacunas es no usarlas
Posiblemente, pocas actividades de la medicina han conseguido tantos resultados en la prevención de las enfermedades como la aplicación sistemática y masiva de vacunas a la población general, y probablemente ninguna otra actividad biomédica haya salvado más vidas.
Desde esta perspectiva, las vacunas se han configurado como una de las herramientas más eficaces, efectivas y eficientes con las que cuenta el sistema sanitario. Así, junto a las mejores condiciones de vida, la aparición de los antibióticos, de las medidas de desinfección, desinsectación y desratización, etcétera, las vacunas han contribuido decisivamente al cambio del patrón epidemiológico de presentación de las enfermedades en los países desarrollados. Desgraciadamente, siguen siendo una asignatura pendiente en los territorios más defavorecidos.
Tanto para la población general como para muchos profesionales de la salud, la vacunación se asocia a calendarios oficiales que al ser aplicados rutinariamente no son visualizados como una actividad preventiva de alto valor. Esto incluso tiene un reflejo en cómo se maneja la información; para la población, la vacunación incluida en los calendarios vacunales oficiales se asume de una manera casi natural, mientras que el Sistema Sanitario las considera en ocasiones como un gasto que hay que controlar y del que hay que demostrar muy bien sus bondades antes de su introducción y su financiación.
A un lado está la ciencia, la evidencia. Al otro, la opinión, inadecuada para especular sobre la salud y la enfermedad"
La incorporación de los programas nacionales de vacunación en todo el mundo ha representado, por tanto, uno de los avances más importantes en el control de las enfermedades infecciosas. Y así llegamos a la curiosa paradoja de que parte de los pequeños fracasos de las vacunas residen en su propio éxito. El hecho de que no existan en nuestro medio la mayoría de las enfermedades frente a las cuales vacunamos hace que de alguna manera sectores de la población, afortunadamente escasos, bajen la guardia con esta actividad preventiva.
Además, cualquier pequeño efecto secundario que puedan presentar estos productos, que suelen ser escasos y leves, se tornan socialmente inaceptables. En este contexto, y de manera dramática, aparece un caso en nuestro país de una enfermedad ausente en nuestro medio desde hace casi 30 años. Esto nos lleva necesariamente a abrir un profundo proceso de reflexión. Estoy convencido de que, en la mayoría de los casos, el que un padre o una madre decida no vacunar a su hijo se realiza pensando en que se beneficia su salud. Y esta percepción, profundamente equivocada, nos debe forzar como sanitarios a profundizar en la pedagogía sobre los beneficios de la vacunación, y a subrayar que el efecto secundario más perjudicial de estos productos consiste precisamente en no usarlos. Porque, a un lado está la ciencia, la evidencia. Al otro, la opinión, terreno este totalmente válido para determinados temas, pero inadecuado para especular sobre la salud y la enfermedad.
*Amós José García Rojas es presidente de la Asociación Española de Vacunología
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