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Columna
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Rajoy ante el espejo

La recomendación del presidente de Castilla y León a Rajoy no ha tenido el eco que merecía

Julio Llamazares

La recomendación del presidente de Castilla y León a Rajoy de que se mire en el espejo antes de decidir si se vuelve a presentar como candidato por su partido a la presidencia del Gobierno de España en las próximas elecciones no ha tenido, a mi entender, el eco que merecía, máxime teniendo en cuenta de quién venía la recomendación: de un correligionario fiel (al menos hasta el momento), no de un opositor político.

La imagen de Rajoy ante el espejo me ha perseguido desde que lo escuché y me ha traído a la memoria imágenes y recuerdos de otras figuras ante el espejo, desde la archifamosa del Narciso mitológico, que se suicidó y se convirtió en una flor al no obtener respuesta de su imagen reflejada en un estanque, espejo de agua para él, a la del ciego argentino Borges, cuyo horror hacia los espejos le llevó a escribir continuamente de ellos (“¿Por qué persistes, incesante espejo? / ¿Por qué duplicas, misterioso hermano, / el menor movimiento de mi mano, etcétera?”) como han hecho también otros escritores y artistas de todos los géneros a lo largo de la historia ¿Quién no recuerda la imagen de Frankenstein reflejándose en el agua, Narciso monstruoso, junto a la niña que mira el lago desde la orilla ajena a su proximidad en cualquiera de las adaptaciones que se han hecho de la novela de Mary Shelley o la película de Andrej Tarkovski —El espejo, en español— en la que un hombre hace repaso de su vida ante la pantalla, que en ningún momento lo refleja curiosamente? Uno se imagina a Rajoy desde ese día mirándose continuamente en el espejo de La Moncloa, escudriñando su adusta imagen, tratando de averiguar qué ha de descubrir en ella sin encontrar respuesta ninguna, como Narciso. Tras años de reflejarse en sus propias gafas, en las pantallas de televisión a través de las que se ha dirigido a los españoles desde que llegó al poder, en las miradas condescendientes de sus corifeos, que nunca reflejan ni devuelven la verdad, quizá se sienta desconcertado, sorprendido de ver que está más sólo de lo que creía y de que su figura mueve a la compasión (“Vi tu cara y sentí vértigo y lloré…”, vuelve a sonar la voz de Borges de fondo) cuando no a la risa, pues el espejo y su imagen están deformados como las de don Latino y el bohemio Max Estrella en los del Callejón del Gato valleinclanesco. Aunque lo peor sería que se viera de pronto ya al otro lado del espejo, caminando como Alicia hacia el País de Nunca Jamás, y, aún peor, que no viera nada reflejado en él, pues sería la prueba definitiva de que, como los vampiros, ya es sólo un ser de ficción.

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