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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mientras las máquinas hablan, alguien pensará

La tecnología puede ser inteligente, pero decir "me lo pensaré" está mal visto.

Jorge Marirrodriga

A l mismo tiempo que lee esta columna, alguno o varios de sus aparatos electrónicos estarán hablando con otras máquinas sobre usted. Lo harán —según las compañías a las que pertenecen tanto los aparatos como los programas que corren en ellos— buscando facilitarle nuevas propuestas sobre sus gustos, abrirle nuevos horizontes. Es una manera elegante de decir que pretenden crear nuevas necesidades de consumo. “Voy a desconectar” se ha convertido en una frase vacía. Ya nunca estamos desconectados.Ni siquiera dormidos lo estamos, porque las máquinas siguen hablando entre ellas sobre nosotros, como advierte el filósofo coreano Buyng-Chul Han, autor de la expresión “el enjambre” para determinar la mentalidad colectiva que están conformando las redes sociales. Otros, como Stephen Hawking, van más lejos y advierten que la inteligencia artificial puede convertirse en el mayor peligro para la supervivencia de la especie humana. Viniendo de alguien con una mente privilegiada, que además necesita de la tecnología más avanzada para poder comunicarse con el resto de la humanidad, es una interesante observación.

Como ya advertía el domingo en este periódico Jonathan Crary, esta permanente conexión ya está comenzando a dejarse notar. El historiador del arte se centraba en razones económicas y productivas, pero es fácil buscar ejemplos más comunes. Así, todos podemos contar en horas el tiempo al mes que tardamos en comprobar nuestra actividad en las redes sociales (sí, las del enjambre). Muchas personas, antes de ponerse a una tarea concreta (tal vez urgente), miran su cuenta de correo corporativo, luego la de Gmail (y habrá correos generados por software). Después comprueban si hay mensajes o interacciones en Facebook o Twitter y echan un vistazo a Linkedin, no sea que su perfil haya sido visitado por el mismísimo Richard Branson. Si además están en Pinterest, suben unas fotos y ven otras. Snapchat se puede dejar para más tarde. Finalmente deben vencer la tentación de no volver a consultar el correo corporativo y recomenzar el ciclo. Suponiendo que no hayan contestado ningún mensaje han pasado al menos veinte minutos. ¿Y la tarea? Sin comenzar.

Nos hemos hecho dependientes del lenguaje de las máquinas y de su manera de hacernos reaccionar. Se nos exigen respuestas inmediatas y se establecen mecanismos para forzarnos. ¿Quién no se ha sentido obligado a contestar un mensaje de WhatsApp consciente de que la persona que lo ha enviado ha visto el doble clic que indica que lo hemos leído? En segundos, tras recibir una llamada —en EE UU los programas utilizados por los call center son tan sofisticados que a veces no se puede distinguir si hablan personas o máquinas—, hay que decidir si se cambia de tarjeta de crédito o compañía telefónica o si se contrata un canal de televisión. “Me lo voy a pensar”, suena a excusa. ¿Por qué? Porque resulta que en esta época de máquinas que hablan unas con otras sobre seres humanos, una persona que simplemente no haga nada, ni escuche nada, ni envíe nada y que a la pregunta de qué está haciendo responda “estoy pensando”, ése es un tío raro.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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