Una condena aberrante
La pena de muerte impuesta en Egipto a Mohamed Mursi puede empeorar notablemente las cosas en el país
La condena a muerte del egipcio Mohamed Mursi, el primer presidente elegido en las urnas de la historia de Egipto, plantea graves interrogantes sobre la forma de gobernar del actual mandatario, Abdelfatá al Sisi —mariscal golpista devenido en presidente tras unas polémicas elecciones— y sobre el futuro del país y su papel en la lucha contra el islamismo.
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Al Sisi, que se dedica desde hace semanas a una intensa actividad diplomática para legitimar su régimen en Occidente, quiere presentarse como un firme garante de la lucha contra el islamismo radical. Pero eso no puede convertirse en carta blanca para la eliminación de sus principales oponentes políticos. Mursi, líder de los Hermanos Musulmanes, fue elegido por los egipcios tras la revolución de 2011 que acabó con cuatro décadas de dictadura de Hosni Mubarak. Su año de gestión puede calificarse de desastroso; contribuyó a aumentar terriblemente la tensión y la discriminación en la sociedad egipcia. Pero eso no justifica ni el golpe que sufrió ni que ahora el mandatario que se benefició de ese golpe diera luz verde a su ejecución pretendiendo que tanto la causa contra Mursi como el desarrollo del proceso judicial no han estado contaminados de una clara intencionalidad política.
Egipto se enfrenta a retos gravísimos. La ejecución de Mursi no solo nos los solucionaría, sino que puede empeorar notablemente las cosas.
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