Tácticas
Todo iba mejor cuando todos los partidos políticos tenían una estrategia y una ideología
Hubo una época en la que todos los partidos tenían una estrategia, un plan supremo a cuya consecución se supeditaban las decisiones parciales. Durante siglos, las tácticas, planes urgentes, concretos, limitados a una coyuntura determinada, ocuparon un papel muy secundario. Una táctica errónea, incluso si conducía a una derrota electoral, era un contratiempo que no comprometía el futuro del partido que la había puesto en práctica. La estrategia, determinada por la aspiración a transformar la realidad, servía a un fin demasiado precioso, demasiado elevado como para desgastarse con facilidad. Entonces, la política no estaba asociada al enriquecimiento de quienes la practicaban, más bien al contrario. Lo malo del socialismo es que te quita muchas tardes libres, decía Oscar Wilde. Esa fue la realidad de generaciones enteras de ciudadanos que militaron en detrimento de su tiempo de ocio, de sus horas de sueño y hasta de su propio bolsillo, sacrificando cuanto tenían a la consecución de un fin superior, un ideal que les daba más de lo que les quitaba. Resulta paradójico que la indignación justamente provocada por el intolerable nivel de corrupción que padecemos se haya visto asociada a la aparición de partidos que juegan siempre en el corto plazo, anteponiendo las tácticas a una estrategia oculta o inexistente, y apostando todo su capital a una cita electoral. Susana Díaz se ha buscado lo que le está pasando. Es la única responsable del charco donde chapotea. Pero da miedo pensar en un futuro donde el proceso que ha impedido su investidura se repita sistemáticamente, porque siempre habrá una cita electoral en el horizonte. Cuando todos los partidos tenían una estrategia y una ideología, esto no pasaba.
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