Asilados
Es muy loable preocuparse por las ruinas de Palmira, pero las personas están antes
Qué mala prensa sigue teniendo Francia en España por la manera en que acogió a los refugiados españoles en febrero de 1939. Hay innumerables testimonios de los horrores vividos en las playas de Argelés.
En esa zona fueron concentrados alrededor de medio millón de españoles que pasaron los Pirineos en menos de una semana. Iban de todas partes. De Andalucía y Extremadura, que llevaban huyendo toda la guerra; de Madrid, del País Vasco, de Aragón y de Cataluña. Los franceses tuvieron que decidir contra reloj si dejaban pasar esta apocalíptica marea humana, y también dónde les metían. Lo hicieron mal, en muchos casos muy mal. Pero salvaron muchas vidas, y salvaron del hambre a miles de personas. España ha regañado mucho a Francia por aquello. Pero todavía no se lo ha agradecido. Cosa que tenía que haber hecho al mismo tiempo.
Ahora la Unión Europea nos llama a todos los países firmantes de los tratados para que respondamos solidariamente a una crisis salvaje que se da en nuestro entorno. Cada día mueren cientos de personas frente a las costas italianas, pero también a las españolas. Son gente que huye de la persecución política, o ideológica, o simplemente de la guerra.
Europa nos pide a los españoles que demos asilo al 9% de esta gente. Eso equivale ahora mismo a unas 9.000 personas, y si fuéramos como Alemania, a muchas más.
Veamos lo que supone: a cada millón de españoles le toca 200 asilados. Mucho menos que españoles a los franceses del 39. Y además, esta es una sociedad mucho más rica que la Francia de entonces.
¿Qué nos pasa? Nos asfixiamos porque los centros de internamiento se quedan pequeños. Pues busquemos pisos de protección oficial vacíos. Esta es una sociedad anestesiada. Pero no solo porque no se conmueva ante el hambre y el miedo, sino por algo que a mí me parece terrible: sí nos conmovemos porque las ruinas de Palmira están en riesgo, como ya han destrozado los del Estado Islámico las ruinas de Asiria. Claro que hay que salvarlas. Pero a lo mejor también hay que salvar a quienes habitan su entorno. Y de paso, que nos perdone Francia.
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