¿Podrían dejar de bailar?
El Parlamento se ha mudado a la tele; los candidatos miden su éxito por el número de titulares que generan
Vaya por delante que, habiendo una orquesta, por cutre que sea la música, a servidora se le van los pies. Vaya por delante mi convencimiento de que para expresar algo serio no es necesario ponerse solemne o estupendo. Vaya por delante mi impresión de que entre muchas de las cosas que hemos ido perdiendo con esta crisis total que padecemos hay que incluir, no sin dolor de corazón, el sentido del humor; a menudo se entiende equivocadamente que el humor es una afrenta al dolor del prójimo y que la solidaridad y el compromiso deben expresarse con el ceño fruncido. Y no. Vaya por delante que los políticos que carecen de humor me provocan desconfianza y que las personas que hablan como si esculpieran frases que han de pasar a la historia me dan una gran pereza. En realidad, la lápida común donde han ido a parar las grandes frases ha sido el Facebook: toma una frase, entrecomíllala, pon la foto del tipo que la pronunció para ilustrarla, y por obra y magia de la tecnología, esa sentencia parecerá haber sido escrita por Paulo Coelho.
Vaya por delante que huyo de las personas que jamás se relajan, de los seres contenidos, de los que viven con un palo metido en el culo, de los que tienen un exceso de sentido del ridículo, de los que jamás se aplican la ironía a sí mismos, de los rígidos, de los que no tienen ningún vicio, de los que no cultivan el hedonismo, o sea, de los que tienen atrofiados esos cinco sentidos que nos fueron dados, entre otras cosas, para disfrutar de la vida. Vaya todo eso por delante. Lo cual no quita para que el espectáculo cada vez más frecuente de los políticos haciendo cosas me parezca patético. Y digo “haciendo cosas” porque hay páginas de Tumblr en la Red que se llaman así: Carmona haciendo cosas, Esperanza haciendo cosas, Pedro Sánchez haciendo cosas… Funcionan por acumulación, si vieras una sola vez a Carmona pegando un saltito al lado del Oso y el Madroño de la Puerta del Sol, pensarías, a ver, el hombre ha tenido un desahogo, pero cuando hay alguien que ha tenido la paciencia de reunir todas las ocurrencias de Carmona y colgarlas en una página, Carmona en silla de ruedas, Carmona de bombero, Carmona cantando el celebrado hit “pim-pam-propuesta”, Carmona bailando el chotis, Carmona haciendo pesas, Carmona haciendo como que conduce un autobús, Carmona haciendo como que compra carne en un mercado, Carmona haciendo como que sabe cantar en inglés en el programa de la Campos y un sinfín de carmonadas más, entonces, sólo cabe echar de menos a los payasos de la tele, a aquellos entrañables e inofensivos Gabi, Fofo y Miliki, que al menos, iban con su verdad por delante, y cuando gritaban aquello de “¿cómo están ustedes?”, buscaban el aplauso franco y entretener a los niños un rato mientras se tomaban la merienda.
Huyo de los que jamás se relajan, de los seres contenidos, de los que viven con un palo metido en el culo
Pero aquí la payasada busca el voto, con lo cual, el show no tiene ninguna gracia. He puesto el ejemplo de Carmona, porque es un hombre que no para de hacer cosas, pero no hay que dejar a un lado a Pedro Sánchez escalando una montaña mientras habla de su obsesión, Podemos, o a Esperanza cantando un chotis en inglés (dato que no se cansan de repetir sus entrevistadores y que a mí me hace retrotraerme a la España de Bienvenido, Mr. Marshall). La señora Aguirre, que sabe inglés, no se queda atrás, mueve las caderas con el flamenquito de Ketama o manda callar muy campechanamente a Pablo Motos, convertido en hormiga bajo el pie de una candidata que de sobra ha demostrado cómo se maneja un medio de comunicación.
Dicen que estas bobadas seducen a la gente, ¿será verdad?, ¿será que yo no soy gente? Y dicen también que en absoluto se trata de actuaciones espontáneas de los políticos, que detrás de tanto chiste hay una estrategia meditada por esos genios en la sombra que son los jefes de campaña. De hecho, la asesora del inquieto Carmona asegura que “son muy pocas las decisiones que toma por sí solo”. ¿Será Carmona entonces un personaje trágico al que le obligan a salir al escenario, como el payaso del cuadro de sonrisa pintada y lágrima que desciende por la mejilla? No creo, se le ve más feliz que una perdiz. Como a Aguirre. Sospecho que la felicidad de uno proviene del simple hecho de ser popular; la felicidad de la otra es más sólida: huele el poder y se sobreexcita.
A mí tanto baile y tanto cante me dejan melancólica, como alguien que en una juerga nocturna se siente completamente aislada. Sé que no estoy sola, pero el sentimiento es de cierta misantropía. El Parlamento se ha mudado a la tele; los candidatos miden su éxito, como así cuentan los jefes de campaña, por el número de titulares que son capaces de generar; las boberías animadas acercan a los políticos al pueblo, y mientras, los verdaderos debates brillan por su ausencia. Luego están, claro, aquellos políticos que no están dispuestos a bailar, cantar o disfrazarse. Los candidatos sosos, por así llamarlos. Salen menos porque no venden televisivamente hablando. Este es el tiempo de los populistas y los populacheros. A menudo bailan juntos. Y vaya por delante que siento escribir este artículo porque a la hora de bailar soy la primera en la pista y la última en marcharme. Eso sí, no se la meto doblada a nadie. En eso soy tan honrada como Fofó.
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