Guerra de 'pirulís'

Visto y no visto. La torre de telecomunicaciones de Madrid se construyó en un santiamén. Apenas 13 meses frenéticos, entre febrero del 81 y marzo del 82, para inaugurarla incluso antes de lo previsto y con tiempo suficiente para transmitir los partidos del Mundial de Naranjito (España, 1982). Según dijo en su día su arquitecto principal, Emilio Martínez de Velasco, todo fue rodado: dibujó la torre en una tarde y aquel verano “no sopló el viento y no llovió ni una gota”.

Fue el edificio más alto del mundo durante 34 años, entre 1976 y 2010. Y aún lo sigue siendo en el Hemisferio Occidental. Desde 1995, esta torre, que atrae a más de dos millones de turistas anuales, es considerada además una de las Siete Maravillas del mundo moderno, privilegio que comparte con la presa de Itaipú, el canal de Panamá, el túnel del canal de La Mancha, el Golden Gate de San Francisco, el Empire State Building y los diques holandeses del Mar del Norte.

A mediados de los cincuenta, la República Democrática Alemana dio luz verde a la construcción de una torre de comunicaciones relativamente modesta. Sin embargo, en cuanto se confirmó que en Berlín Oeste pensaban construir una de 280 metros, las autoridades orientales ordenaron al arquitecto jefe, Hermann Heselmann, erigir un edificio más alto y hacerlo en el corazón del céntrico barrio de Mitte, para que resultase visible desde el otro lado del Muro.

Hay quien sueña con planes enloquecidos para esta torre. Por ejemplo: Cosas que hacen BUM, de Kiko Amat, es una crónica de los delirios destructivos de los Vorticistas, un grupo de revolucionarios estetas del barrio de Gràcia que detestan la torre y quieren reducirla a escombros. O en Mentre el món explota, de Roderic Mestres, donde una secta de iluminados acampa al pie del Tibidabo esperando a que la torre atraiga a los redentores del espacio exterior. 

La BT Tower tiene una relación conflictiva con Londres. La mayoría la detesta, a juzgar por las encuestas, y el príncipe Carlos la considera un ejemplo de arquitectura decadente y agresiva. El IRA trató de destruirla en 1971 sin éxito, pero sí que ha acabado hecha añicos en la ficción en varias ocasiones: mediante bombas, como en la novela gráfica V de vendetta, o empotrando un Boeing 747 en sus pisos superiores, como ocurre en The Fog, de James Herbert.